Miguel Alvarado
Ciudad de México; 26 de noviembre de 2022.
Holanda. No. Polonia ganaba por la mañana 2 a 0 a Arabia Saudita y con eso iba poniendo en orden el grupo mexicano del Mundial de Qatar o Catar, como se escribía hace 40 años. El portero Zczcęsny -nadie sabe cómo suena realmente- detuvo un penal y por fin el deprimido Lewandowsky, el hombre de los 85 millones de dólares, hacía un gol, suficiente para que su equipo ponga un pie en octavos de final. Ayer se publicaba que en la península de Arabia el deporte nacional son las carreras de camellos, así como la compra de equipos de futbol en Europa, un ejercicio que no tiene nada que ver con hacer deporte sino con hacer dinero.
Pero los camellos. Hace 30 años una amiga en Toluca contaba acerca de su viaje a Egipto y de cómo se había comprometido en una telenovelesca ceremonia con alguien que después la había llevado a su pueblo y obligado a ajustarse a una tradición que la mantuvo un rato como esclava. Ella -su familia hace el pan más rico de esta ciudad- había podido librarse de esa relación porque pudo comprar un hato de camellos que entregó al marido airado, que recibió gustoso esa compensación. Así pudo la toluqueña regresarse a México, después de meses de tensas negociaciones. Todo esto se relataba en las mesas repletas de tequila y cigarros mientras el poeta Guillermo Fernández recordaba que había jugado en las fuerzas inferiores del Guadalajara, cuando a ese equipo se le llamaba el Campeonísimo, en la prehistoria del futbol nacional.
El poeta Guillermo Fernández no pudo jugar más porque se había lesionado la rodilla, como a todos nosotros nos pasó en su momento. A él lo mataron en su casa el 30 de marzo de 2012 y su caso es uno de los cientos que la Fiscalía mantiene pendientes, sin solución, sin una respuesta. Fernández, su biblioteca y los recuerdos de las Chivas se quedaron atrapados para siempre en su casa clausurada de ls colonia Científicos, allá en Toluca.
Nosotros asistimos a su funeral y a veces le dejamos flores en el Panteón Municipal, que no tarda en tener cupo completo. También seguimos los mundiales puntual, obsesivamente, siempre sin orden, von absoluto desconcierto.
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El único polaco que ha jugado en México es Grzegorz Bolesław Lato, campeón goleador del Mundial de 1974, y que vino contratado por el Atlante en 1982, después de jugar su tercer Mundial en España. Aquí en el país anotó 15 goles y poco después se retiró. No quiso jugar con el Cosmos de Nueva York y descartó una invitación del mismo Pelé para unirse al primer equipo global y galáctico en la historia del futbol y que aún compite en la muy desconocida Liga Nacional de Estados Unidos.
Lato es una leyenda del futbol mundial y ha realizado algunas épicas y legendarias hazañas. Por ejemplo, sepultó a Inglaterra con todo y sus hooligans terribles en el antiguo campo de Wembley en 1973 y la dejó fuera del Mundial de Alemania, que se jugaría al siguiente año. Luego le anotó dos goles a la Argentina de Brindisi y Carnevali, como parte de las siete dianas que le dieron la Bota de Oro en esa edición de la Copa de la FIFA. Lato en México era como ver a Queen en Puebla con Mercury en el micrófono, o a Manzareck en el Cosmovitral de Toluca, participando en ritos chamánicos atravesados por el humo y los fantasmas alcaloides de Jim Morrison. Ese equipo argentino de 1974 después fue campeón del mundo llevándose uno de los torneos más dudosos de la historia, con el espíritu macabro del general Videla husmeando en el vestidor convocado por Menotti en 1978. Fue la célula, el embrión que permitió el nacimiento deportivo de Maradona, quien con 17 se quedaba fuera del equipo a unos días del registro final, porque no era indispensable. “Mi tristeza fue infinita, decía el Diego cuatro años más tarde, cuando le dieron la Diez que usaba otro histórico, Mario Kempes.
Lato y Maradona jugaron el Mundial de España en 1982, pero no eran los mejores. No podían serlo porque Arthur Antúnez, a quien le decían Zico, estaba ahí.
La estrella brasileña llamada a ser sucesora de Pelé no fue rey pero sí un superdotado. En el Mundial de España, Zico y Maradona se vieron las caras. La diferencia entre ambos, que jugaban la misma posición y llevaban el mismo número era abismal. Zico no fue campeón aunque su Brasil debió serlo. Diego no era Maradona pero no tardaría en serlo.
Cuatro años más tarde, Zico llegaba al Mundial de México con las piernas destrozadas y fallaba un penal decisivo contra Francia. En cambio, Maradona se bailaba a media Inglaterra y comenzaba para él un ascenso que ni siquiera muerto se ha detenido.
En 1986 Lionel Andrés Messi Cuccittinino no había nacido, pero un año después lo haría y hoy cobra 41 millones de dólares a los dueños del París Saint Germain, los mismos que organizan el Mundial de Qatar.
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El argentino Gerardo Martino jugó con Maradona en el Old Boys, un equipo cuyo origen puede encontrarse en el Colegio Comercial Anglo Argentino. A ese equipo le dicen La Lepra porque alguna vez jugaron para ayudar a un hospital que trataba a esos enfermos. Allí fueron compañeros esos dos. Hoy Maradona está muerto y vive, mientras que Martino vive pero ya está muerto.
A Martino le dicen el Tata y apela a la ética en un entorno que no la tiene cuando le preguntan qué siente al enfrentar a la Argentina en el Mundial, como si tratara de una traición a la patria, de una invasión a las Malvinas. Esta sobredimensión del juego obedece a los casi 100 años de mundiales, de torneos locales o inventados, de rivalidades que traspasan los límites de lo verosímil. A los italianos los alemanes les criticaban que jugaran al futbol como si fueran a la guerra, y de que pelearan en la guerra como si jugaran al futbol. Por eso, Maradona conquistó Nápoles, porque ahí su guerra particular, sus demonios vitales eran bienvenidos.
Hoy México enfrentaba a Argentina. Era el 26 de noviembre de 2022 y el Tata Martino anuncia una línea de siete defensas, así como un ataque sin centro delantero. Dirá después que la velocidad de Alexis Vega y del Chucky Lozano sería suficiente para aguantar 90 minutos a Messi. El problema del equipo mexicano es que su mejor hombre es el portero y así a veces no se pierde, pero nunca se gana.
Que siete defensas se atasquen en su propio campo no representa ninguna novedad. Lo hizo la Naranja Mecánica de Cruyff, Neeskens y Rep. Pero ese equipo podía cambiar en un segundo y convertir a diez de esos once en delanteros imparables. Lo hizo también la Máquina Húngara de Puskas en 1954. El Brasil de 1970 jugaba con cinco centrocampistas a veces: Rivelino, Pelé, Tostao, Jerson y Gerson, y había colocado como contención a Clodoaldo, otro diez que recuperaba balones como si para eso hubiera nacido. La ultradefensiva Italia neutralizó a Romario y a Bebeto y obligó a definir un campeonato mundial con tiros de penal en 1994.
Ojalá que Guillermo Ochoa, el portero mexicano, haya estudiado tres años los movimientos de Messi. Nadie sabe lo que realmente significa para un país como éste un Mundial de futbol. No debería representar nada, pero no funciona así.
A los mexicanos no se les puede decir que se ha renunciado a vencer a Argentina porque sería tanto como cancelar el aguinaldo. Por eso, se dice que se jugará al contragolpe, que aprovecharán los espacios que dejará un rival angustiado.
Messi se inició en las fuerzas básicas del Old Boy’s. Parece que el futbol, como en la política, nada es casualidad.
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Lionel Andrés Messi deslumbró a todos desde que era un niño y sus padres se dieron cuenta muy pronto de que el futbol era el destino del chico.
Así que de pronto se encontró viviendo en Barcelona, esperando la oportunidad de debutar en el equipo de Deco y Ronaldinho. Y así fue.
El 16 de octubre de 2004 entró de cambio precisamente por el portugués Deco en un partido contra el Español. Quizá entrar con el pie izquierdo no represente después de todo un mal fario.
Poco antes de las 10 de la mañana del 26 de noviembre de 2022 Messi pisaba los vestidores del estadio Lusail, de la capital de Qatar, al que le caben unos 88 mil espectadores. Va sonriente y es que no le queda de otra. Tiene que sonreír porque también en Argentina el futbol es un relámpago, una cortina de fuego que arrasa si no se envían las señales adecuadas. México es una molestia para Argentina y siempre le ha costado vencerlo.
Son las 11:57 en la Ciudad de México y en Acoxpa todo es velocidad. Van rápido los micros y rápido los peatones. En la avenida Las Torres se apuran a pegar los carteles que anuncian la marcha del 27 de noviembre para festejar que AMLO es y será lo que él quiera ser. Están preocupados porque sólo la estructura obligada a ir se ha apuntado. No deberían. Esa marcha será un éxito y una puñalada a la izquierda que en México nunca fue. Si México gana hoy, la verdadera marcha será esa, la avalancha de aficionados al Ángel de la Independencia. Por eso el fut es tan importante, porque ahí se matan las revoluciones.
Y ni modo.
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¿Qué será de Messi cuando se retire? ¿Qué hace uno con la vida resuelta y todo el tiempo a favor? Algunos se mueren pero los que no se dedican a recordar el silencioso estallido de los estadios cuando los equipos salen al campo. Antes que nada el futbol es una fuente de poder que emerge de ninguna parte o de todos los poros, y que trasmina las capas más endebles del ser humano.
El futbol es profundamente machín, no importa quién lo juegue.
-¿Cómo va a querer su corte?- pregunta el de la peluquería a las 12:22 mientras dice que en 40 minutos las calles se vaciarán. Mientras eso pasa, las playeras de a 600 y hasta de a 100 pesos se venden en las esquinas, convertidas en aparadores gigantes donde “la verde” cuelga de los postes de luz y de los alambres del internet.
-¡Ey, ey! ¡Nomás sin tocar, ése! ¡ Le damos precio, le damos marca!- se gritan los unos a los otros.
En el restorán de la esquina la voz del comentarista deportivo Christian Martinolli retumba como un trueno nasal, esofágico, cuando anuncia que México y la albiceleste jugarán con sus tradicionales uniformes. Entonces el partido arranca, como si fuera un caballo desbocado.
La verdad es que la ciudad sigue igual. Las calles están atestadas y si uno camina puede escuchar el partido sin perderse nada. Porque hay cosas que nunca serán distintas.
La predicción del maestro peluquero ha fallado y hoy todo es una señal, una tristísima bandera roja.
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Son unos chavitos y no pueden evitar sus caras de niño. El lateral mexicano de la derecha se llama Kevin Álvarez. Tiene 23 años y juega para el Pachuca. Le toca marcar a a las últimas superestrellas de Argentina, pero ni Ángel di María ni Mac Allister han podido pasarlo. Si lo hicieron, los centrales Montes y Moreno se han encargado.
A esta Argentina le falta Messi y le sobra Lionel. Lo que se ve en el campo es la transición de una generación que terminará de triturar a su capitán y retirarlo, eso sí con los mayores honores. Se acaba el tiempo de Messi y nadie sabe lo que vendrá.
Para México ahora tiempo de acatar las órdenes, de aplicar casi a ciegas la estrategia del cuerpo técnico. Este juego se parece a un ballet de la angustia. La diferencia es que Argentina tiene al mejor del mundo. Casi siempre lo ha tenido. Entonces termina el primer tiempo. Todos en México respiran pero a Martino le mientan la madre.
Qué bien ha jugado la selección.
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Frente a la portería Messi recibe el balón. Es el mejor del mundo y uno de los tres mejores de la historia. Sabe, como lo saben los que sin como él, que no es necesario moverse ni desgastarse, que todo tiene un tiempo y un lugar, una hora y un sitio.
Para él, el futbol es un estado mental, un campo cuántico que parece explicar el equilibrio de la creación. Y eso es Messi para el futbol.
Y este budista que no sabe que lo es toma el balón y se enfila tres pasos hacia la portería del hasta ahora impasable Ochoa. Entonces tira y su pierna izquierda se extiende hasta México, donde se activa la glándula de la derrota injertada desde siempre porque vemos con la boca abierta que la bola impulsada por Messi se arrastra como un gusano de fuego por el césped impecable y se va incrustado en nuestros corazones.
Esta vez el héroe de la portería mexicana se han lanzado aunque sabe que no llegará ni ahora ni en las miles de repeticiones que habrá después. El balón, porque de eso se trata todo, se ha incrustado en la meta mexicana. Abajo y a la izquierda, como debería ser el mundo.
Messi mira, mira lo que ha hecho. Para eso le pagan 41 millones de dólares. Toda su vida gira como un esférico y esta vez grita su gol como si se tratara de la final. “¡Vamos, vamos!”, grita él y seguirá gritando todo el tiempo, hasta que el juego termine. Ese fue el primero.
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El balón describe un arco y brilla cuando los flashes de las cámaras lo van tomando. Otra vez Ochoa se lanza impecable, acertadamente, aunque ya sabe lo que pasará.
Enzo Fernández, el Enzo, esta vez es el Enzo ha tirado a los 87 minutos y ahora sí, todo termina.
Es un arco que se va incrustando, que se ha incrustado en la portería y en México algo se rompe y ese ruido suena como un metal, como un hueso fracturado.
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México está casi fuera del Mundial. En 1954 Hungría le ganó a Alemania Federal 8 a 3 pero en la final Alemania derrotó a los magyares 3 a 2. Eso no pasará con México.
El defensa central Héctor Moreno sabe ahora lo que Rafael Márquez se echaba encima en cada partido que jugó, en las cinco copas que alcanzó a disputar. Las caras largas y los reclamos apenas alcanzaron para un tiro de esquina y tres centros al área rival. Queda confirmado que para jugar un Mundial se necesita algo más que un par de balones y el equipo mexicano tendrá que resolver su estancia en Qatar contra Arabia.
El futbol es un deporte de once jugadores en el que siempre gana Argentina. A México siempre le gana.
Always.