Gaceta UNAM. Juan Antonio López: imagen.
Ciudad de México; 3 de diciembre de 2022
Era la una de la tarde del sábado y la explanada del Monumento a la Revolución lucía llena. Se calculaba que unas ocho mil personas, de pie ante una gran pantalla, presenciarían el gran encuentro entre las selecciones de México y Argentina. Los chorros de agua esta vez no se activaron accidentalmente. Y había un segundo plan, a realizarse después de las tres de la tarde, al escuchar el silbatazo final: luego del encuentro futbolístico en Catar estas ocho mil almas marcharían hacia el Ángel de la Independencia a festejar… El detalle estaba en una simple cuestión aritmética: meter goles, por lo menos uno, y no recibirlos.
No hubo anotaciones por parte de México. No se empató ni se ganó. (Es decir, ay, perdimos.) Y la escuadra rival sí mereció dos golecitos (uno de Leo Messi, otro de Enzo Fernández), que le bastó para obtener sus primeros tres puntos del Mundial.
El escenario lucía verde; por el cielo azul volaban libélulas y drones. En la parte derecha, en un templete especial, había fotógrafos y camarógrafos dispuestos a captar, cuando ocurriera, la alegría del momento, la gran celebración, el éxtasis supremo… ¿Se imaginan a esa pequeña multitud esmeralda festejando? ¡Qué bonito hubiera sido!
Los rostros estaban, no obstante, serios; había la tensión de saber que el “equipo de todos” no traía sus mejores armas, y que lo central en este deporte, anotar, era una dificultad para la escuadra tricolor. Su mayor hazaña en el Mundial, hasta ahora, fue una acción defensiva: el penal parado a Lewandowski por parte de Guillermo Ochoa en el juego ante Polonia.
La decepción quizá fue menor porque las esperanzas no eran muchas. “Ni modo”, “para la otra”, “no se llevó a los mejores”… Al terminar el encuentro, la cuadrilla de fotógrafos y camarógrafos (de televisoras grandes y pequeñas, y entre ellos muchos youtubers) se lanzaron a la explanada para capturar el ánimo de la derrota, pero en las entrevistas lo que salía eran balbuceos.
–La verdad, a mí sí me hubiera gustado ir al Ángel –lamentó una chica. Una cuadra más allá, un hombre puso su banquito y se sirvió una cerveza.
–¿Ya va a chelear, vecino? –Sí, celebro el triunfo de mi selección –respondió con sonrisa pícara–… Ar- gentina, Ar-gen-tina, Ar-gen-tina. ¡Salú!