Jesús Wilfrido
La obra denominada Calígula resalta las consecuencias desastrosas que desata una forma inadecuada de preguntar y responderse por las cosas, pues retrata el drama de una vida mal razonada y peor vivida.
Calígula es un joven emperador que se pierde durante tres días en Roma, luego de morir Drusila, su hermana-amante. Al regresar, este Emperador manifiesta a Helicón un hartazgo total. Y le comenta que ha pasado esos tres días en busca de alguna cosa extraordinaria, porque asevera: “El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo” (Camus, 2009: 7). Más tarde expresa frente a Cesonia:
[…] Yo sabía que era posible estar desesperado, pero ignoraba el significado de esta palabra. Creía, como todo el mundo, que era una enfermedad del alma. Pero no, el cuerpo es el que sufre. Me duelen la piel, el pecho, los miembros. Tengo la cabeza vacía y el estómago revuelto. Y lo más atroz es este gusto en la boca. Ni de sangre, ni de muerte, ni de fiebre, sino de todo a la vez […] ¡Qué duro, qué amargo es hacerse hombre! (Camus, 2009: 13).
Así continúa desarrollando otras ideas semejantes: “[…] ¿de qué me sirve este asombroso poder si no puedo cambiar el orden de las cosas, si no puedo hacer que el sol se ponga por el este, que el sufrimiento decrezca y que los que nacen no mueran? […]” (Camus, 2009: 13). Perturbado por la muerte de su hermana-amante y por otro sinnúmero de cosas que nos llevan a meditar sobre la vida, Calígula estalla enrabietado: “¡El amor, Cesonia! […] He aprendido que no es nada […] Todo empieza con eso. ¡Ah, por fin voy a vivir ahora! Vivir, Cesonia, vivir es lo contrario de amar […] (Camus, 2009: 13).
Calígula toma el mundo como laboratorio y usa a la gente para experimentar. El personaje Quereas describe los efectos inmediatos de tal plan: “[él] nos amenaza en lo más profundo que tenemos. Y sin duda no es la primera vez que entre nosotros un hombre dispone de poder sin límites, pero por primera vez lo utiliza sin límites, hasta negar el hombre y el mundo. Eso es lo que me aterra en él y lo que quiero combatir […]” (Camus, 2009: 17). Calígula pone en jaque la lógica, la razón y la inteligencia para hacernos repensarlo todo. En otro diálogo con Quereas manifiesta: “[…] Eres inteligente y la inteligencia se paga caro o se niega. Yo pago, pero tú, ¿por qué no la niegas y no quieres pagar?” (Camus, 2009: 40). Quereas contesta:
Porque tengo ganas de vivir y de ser feliz. Creo que no es posible ni lo uno ni lo otro llevando lo absurdo hasta sus últimas consecuencias. Soy como todo el mundo. Para sentirme liberado de ello, deseo a veces la muerte de aquéllos a quienes amo, codicio mujeres que las leyes de la familia o de la amistad me vedan. Para ser lógico, debería entonces matar o poseer. Pero juzgo que esas ideas vagas no tienen importancia. Si todo el mundo se metiera a realizarlas, no podríamos vivir ni ser felices. Una vez más lo digo: eso es lo que me importa. (Camus, 2009: 40).
Cansados de Calígula, deciden conspirar en su contra; por lo mismo Quereas le explica a Escipión: “[…] Este asesinato exige fiadores respetables. En medio de tanta vanidad herida y tanto innoble temor, sólo las tuyas y las mías son razones puras. Sé que si nos abandonas, no traicionarás nada […] Lo que deseo es que te quedes con nosotros […]” (Camus, 2009: 42). Pero Quereas desconocía el siguiente diálogo acontecido entre Escipión y Calígula:
CALÍGULA. Ah, eres tú. Hace tiempo que no te veo. ¿Qué haces? ¿Sigues escribiendo? ¿Puedes mostrarnos tus últimas obras?
EL JOVEN ESCIPIÓN. He escrito poemas, César.
CALÍGULA. ¿Sobre qué?
EL JOVEN ESCIPIÓN. No sé, César. Sobre la naturaleza, creo.
CALÍGULA. Hermoso tema. Y vasto. ¿Qué te ha hecho la naturaleza?
EL JOVEN ESCIPIÓN. Me consuela de no ser César.
CALÍGULA. ¡Ah! ¿Y crees que podría consolarme de serlo?
EL JOVEN ESCIPIÓN. Bueno, ha curado heridas más graves.
CALÍGULA. ¿Heridas? Lo dices con maldad. ¿Es porque he matado a tu padre? Si supieras, sin embargo, qué justa es esa palabra. ¡Heridas! No hay como el odio para que las personas se vuelvan inteligentes.
EL JOVEN ESCIPIÓN. He contestado a tu pregunta sobre la naturaleza.
Calígula se sienta, mira a Escipión, luego le toma bruscamente las manos y lo atrae a la fuerza a sus pies. Le sujeta el rostro entre las manos.
CALÍGULA. Recítame tu poema.
EL JOVEN ESCIPIÓN. Por favor, César, no.
CALÍGULA. ¿Por qué?
EL JOVEN ESCIPIÓN. No lo he traído.
CALÍGULA. ¿No lo recuerdas?
EL JOVEN ESCIPIÓN. No.
CALÍGULA. Dime por lo menos de qué trata.
EL JOVEN ESCIPIÓN. En él hablaba de cierto acuerdo…
CALÍGULA. …de la tierra y el pie.
EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí, más o menos eso, y también de la línea de las colinas romanas y de ese sosiego fugitivo y turbador que a ellas lleva la noche…
CALÍGULA. …Del grito de los vencejos en el cielo verde.
EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí, también. Y de ese momento sutil en que el cielo aún lleno de oro, bruscamente gira y nos muestra un instante la otra faz, colmada de estrellas resplandecientes.
CALÍGULA. De ese olor a humo, árboles y agua que sube entonces de la tierra hacia la noche.
EL JOVEN ESCIPIÓN. …El grito de las cigarras y la declinación del calor, los perros, el rodar de los últimos carros, las voces de los granjeros…
CALÍGULA. …Y los caminos inundados de sombra entre los lentiscos y los olivares…
EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí, sí. ¡Todo eso! ¿Pero cómo te has enterado?
CALÍGULA (estrechando contra sí al Joven Escipión). No sé. Quizá porque nos gustan las mismas verdades.
EL JOVEN ESCIPIÓN (estremecido, esconde la cabeza en el pecho de Calígula). ¡Oh, qué importa, si todo adopta en mí el rostro del amor!
CALÍGULA (siempre acariciador). Es la virtud de los grandes corazones […] (Camus, 2009: 29).
De ese modo sus facultades intelectuales y afectivas se hallaron en el universo de la poesía, porque Escipión se conmueve y comprende al Tirano como igual; al menos, en ese momento. Ya que Quereas le pregunta:
QUEREAS. ¿Entonces estás con él?
ESCIPIÓN. No. Pero no puedo estar contra él. Si lo matara, mi corazón por lo menos estaría con él.
QUEREAS. ¡Sin embargo mató a tu padre!
ESCIPIÓN. Sí, ahí empieza todo. Pero también ahí todo termina.
QUEREAS. Él niega lo que tú crees. Escarnece lo que veneras.
ESCIPIÓN. Es cierto, Quereas. Pero hay algo en mí que se le asemeja. La misma llama nos quema el corazón.
ESCIPIÓN. […] además de lo que padezco, padezco también porque él padece. Mi desgracia es comprenderlo todo. (Camus, 2009: 42).
¿Y qué mayor desgracia habrá en el hombre que no sea ésta de verse condenado a comprender al mismo tiempo la estancia, cosmos y enemigo, y sin poder tampoco evadir el compromiso de dolerse junto con todo? Nuevamente prosigue el diálogo entre Escipión y Calígula:
EL JOVEN ESCIPIÓN. Todos los hombres tienen una dulzura en la vida. Eso los ayuda a continuar. A ella recurren cuando se sienten demasiado gastados.
CALÍGULA. Es cierto, Escipión.
EL JOVEN ESCIPIÓN. ¿No hay, pues, en la tuya, nada semejante? ¿La proximidad de las lágrimas? ¿Un refugio silencioso?
CALÍGULA. Sí, a pesar de todo.
EL JOVEN ESCIPIÓN. ¿Y qué es?
CALÍGULA (lentamente). El desprecio (Camus, 2009: 30).
Fastidiado de lo perecedero y de la gente, Calígula asegura: “[…] No tengo coartada. Pero hoy soy más libre que hace años, libre del recuerdo y de la ilusión. […] ¡Sé que nada dura! ¡Saber esto! Sólo dos o tres en la historia hemos hecho esta experiencia, hemos realizado esta felicidad demente […]” (Camus, 2009: 54). Y su pareja responde:
CESONIA (con espanto). ¿Acaso es la felicidad esa libertad espantosa?
CALÍGULA (apretando poco a poco con el brazo la garganta de Cesonia). Tenlo por seguro, Cesonia. Sin ella hubiera sido un hombre satisfecho. Gracias a ella, he conquistado la divina clarividencia del solitario. (Se exalta cada vez más, estrangulando poco a poco a Cesonia, quien se entrega sin resistencia, con las manos un poco tendidas hacia adelante. Él le habla, inclinado, al oído.) Vivo, mato, ejerzo el poder delirante del destructor, comparado con el cual el del creador parece una parodia. Eso es ser feliz. Esa es la felicidad: esta insoportable liberación, este universal desprecio, la sangre, el odio a mi alrededor, este aislamiento sin igual del hombre que tiene toda su vida bajo la mirada, la alegría desmedida del asesino impune, esta lógica implacable que tritura vidas humanas (Ríe), que te tritura, Cesonia, para lograr por fin la soledad eterna que deseo (Camus, 2009: 54).
Calígula termina desfigurándose completamente; pues en el intento voraz de comprender al hombre o el sentido de la vida, se le olvida que mucho de lo hecho por los seres humanos para conocer: sólo son herramientas temporales y limitadas. El Emperador debió aceptar que no hay respuestas sencillas, lógicas ni claras; y que lo único comprensible en todo esto es el drama al cual estamos sometidos, porque debemos aprender, casi a la fuerza y dolorosamente: la valencia eterna de nuestra corta vida.
REFERENCIAS
Camus, A., (2009) Calígula. Disponible en http://www.proyectoespartaco.com
Jesús Wilfrido del Valle Pérez es Técnico en Computación (DGETI, 1998 – 2001), Licenciado en Letras (UAEMEX, 2008 – 2013), Maestro en Estudios Literarios (UAEMEX, 2015 – 2017) y Doctor en Educación (UA, 2018 – 2021). Como poeta incursiona en el ámbito de las letras desde hace 22 años. Ha publicado en revistas nacionales e internacionales (México, España, Argentina y Chile). Como investigador, sus trabajos abarcan las ciencias, las humanidades y las artes.