Miguel Alvarado: texto. Ramsés Mercado: información e imagen. Karen Colín: diseño.
Toluca, México; 20 de junio de 2022
Vienen desde Tepito y han llegado a Toluca como parte de un intento por posicionarlas en una ciudad que parece progresista, pero cuya vida transcurre entre costumbres e ideas casi inamovibles. Se trata de las pitochelas, que son definidas por quienes las venden como parte del folclore, de la picardía del mexicano.
Son bebidas alcohólicas con forma de penes. Por eso su nombre, y se trata de tres tipos de bebidas, que desde hace dos o tres semanas se vende, y cuya aceptación, de acuerdo con sus creadores, es bastante buena.
Normal, pitufo o mojito son los estilos en los que se presenta la cerveza, que no es otra cosa que eso, una chela contenida en un pene de plástico transparente, y en el que se prepara de distintas maneras.
La idea es arriesgada porque se ha lanzado en un contexto de violencia sexual exacerbada, en una capital inscrita los cinco primeros lugares de la entidad en delitos de alto impacto y porque a diario se denuncian agresiones en contra de mujeres relacionadas con delitos sexuales. Por otra parte, las denuncias de machismo, del poder patriarcal que se ejerce en todos los ámbitos muestran a una sociedad desigual, y que casi todo lo resuelve, lo aborda violentamente.
La inevitable picardía mexicana es parte de un constructo que ahora se critica acremente por las connotaciones que cada posición encuentra en los albures, en las frases de doble sentido, en las bromas que inevitablemente, aunque sea en broma, insultan. Con eso, con ese uso del lenguaje, se ha crecido y se ha integrado a lo cotidiano. Esto se ha relacionado con la violencia, esta real e indetenible, letal, que se vive todos los días en todos los estratos sociales.
Entonces, tres tamaños, explica uno de los promotores de la idea, que muestra una bandeja con los contenedores sexuales en colores rojo y café. También está el accesorio de la piña colada. Se le agregan gomitas, mangos, «un poquito de botana, ajo, chocolate”.
Mientras, el barman pica el mango y lo va poniendo en los platos para los clientes. De fondo, estruendosa música de banda acentúa el ambiente pitochelesco de la estridencia, que se ofrece como parte indispensable del ambiente de bares juveniles, en los que se convive a gritos.
Las pitochelas cuestan 50 pesos, un precio que, de acuerdo con los promotores, es accesible, cualquiera lo puede pagar y medio litro, dicen, es atractivo. Además, “ las botanitas y todo eso”.
-¿Y quiénes las piden más?
-Obviamente las mujeres la piden más- dice el promotor, quien dice que también van algunos hombres, que parecen “muy machotes” y se piden hasta dos pitochelas.
Ya lista, a la pitochela le ponen los ingredientes en la punta del artefacto, que se presenta sobre un plato en el que va la botana. Otra presentación lleva chocolate derretido, de arriba abajo, que se le pone al contenedor.
Las anécdotas son docenas y todas van en torno al albur, desde quien dice que “qué me ven, putos”, hasta el que exclama que ya “se dejen de mamadas”.
Las pitochelas se encuentran cerca del centro de Toluca, en la calle de Isabel la Católica, en la esquina de Mariano Escobedo con Hidalgo. Esta presentación es parte de un catálogo de bebidas preparadas. Ahí se vende una marca propia de cerveza, la Malquerida, de manufactura artesanal, así como un mezcal y próximamente un tequila, con el que se pretende abrir “otro tipo de mercado” en la industria del alcohol.
Fotografía: Ramsés Mercado.