Carlos Gutiérrez Alfonzo/ Periódico de Poesía
Ciudad de México; 30 de octubre de 2022.
En este, su libro más reciente, el poeta Óscar Oliva tiene de nueva cuenta la guía de Zhuang Tzi. El epígrafe es una interrogante con la que el poeta se conduce, una pregunta que se ha hecho siempre y cuya respuesta, vertida en veinte poemas numerados, está teñida de dudas. Son dos preguntas: quién eres ahora y hacia dónde vas. Las interrogantes de Zhuang Tzi tienen una palabra cara al poeta Oliva: ahora. ¿Y qué va a pasar con lo escrito en Tuxtla? ¿Cómo es quien busca dialogar con el poeta taoísta? ¿Qué es lo que fue escrito en Tuxtla?
El título del libro incluye una expresión utilizada en nuestras tierras, sobre todo en el ámbito político. “Es que me mandaron a dejar un escrito”, se oye con frecuencia. Cuando era una práctica escolar, el profesor solicitaba a los alumnos que entregaran el escrito, una hoja en la que habían expuesto sus experiencias en relación con alguna actividad específica. “Escrito” es el participio del verbo escribir, cuyas acepciones enmarcan la propuesta poética de Óscar Oliva. De acuerdo con la RAE, la primera definición de “escrito” es la siguiente: “que tiene manchas o rayas que semejan letras o rasgos de pluma”; la segunda, “carta, documento o cualquier papel manuscrito, mecanografiado, impreso”; la tercera, “obra o composición científica o literaria”; la cuarta, “pedimento o alegato en pleito o causa”.
Manchas o rayas que semejan letras, cualquier papel mecanografiado, composición literaria, un alegato. ¿Puedo ver que esa secuencia en las acepciones de la palabra “escrito” está en el libro del poeta Oliva? Estas manchas, este papel impreso, esta composición literaria, este alegato, se escribieron en un lugar: Tuxtla. ¿Qué es Tuxtla en este libro de Oliva?
Se esperaría que el íncipit mostrara de cuerpo entero a quien habría de conducirse a través de las preguntas de Zhuang Tzi. Asombra que el inicio de Escrito en Tuxtla sea una interrogante. Un yo se pregunta por lo que será: el órgano de un roedor o las extremidades de un animal invertebrado; los dos, animales nocturnos. Los dos, habitantes de escondrijos. Y el yo que se interroga tiene ganas de ser el hígado de una rata o las patas de un ciempiés con el fin de “habitar y recorrer otros mundos hasta ahora inaccesibles”.
El sujeto poético piensa en las interrogantes de Zhuang Tzi y le responde a alguien con quien mantiene una intimidad. Mundos, ratas, ciempiés. Un hígado de rata o las patas de un ciempiés, unos huevos podridos, un espejo en el que dicho sujeto se ve con la cabeza en la espalda. Las 50 patas en el infierno y las 50 patas en el paraíso del sujeto poético, automimético como los ciempiés. Por ese instante, que me hace pensar en algunas escenas de “El jardín de las delicias”, de El Bosco, se pregunta el sujeto poético. Es un instante que no ha percibido solo. A quien ha dormido con él le pregunta qué pasará, “al quedar transparentes… ¿volveremos a reconocernos?” ¿Todo lo anterior viene a terminar en esta pregunta? Qué estremecimiento. Se acerca la llegada de otro día. Él y ella no pueden tocarse de tan transparentes. Están los vapores irrespirables que brotan de las hendiduras de la piel y la respiración agitada de quien amanece. Y una súplica: “no te separes de mí”.
Del hígado de una rata o las patas de un ciempiés, en un instante, que parece muchos instantes, donde no se ha saciado el dormir, en el que se interroga por la anagnórisis y en el sujeto poético pide compañía, se está ante alguien aturdido por el calor. En una expresión de todos los días, se le atribuiría al golpe de calor el engaño de la mente: por el golpe de calor, la mente embauca. El poeta acentúa la circunstancia: “en el golpe de calor”, lo que hace es celebrar la broma que la mente le juega.
¿Todo lo que pasa en Escrito en Tuxtla es producto de las trampas de la mente de quien escribe? Quien se acerque a este libro podrá observar mundos superpuestos, donde no deja de estar la conciencia del sujeto poético que narra el instante vivido, el instante que son todos los instantes. El poeta cuenta cómo afronta los mundos en los que reconoce que lo que pasa en su cabeza afecta su percepción cognitiva. Y lo que va a ocurrir le debe ser comunicado para que él alcance cierta conciencia: “esta noche no vas a dormir con tu mujer, vas a dormir con nosotras”; y no es para el festín: “no tengo fuerzas para comunicarme con ellas” (p. 15). Todo parece ocurrir en una duermevela.
De las lecturas posibles de Escrito en Tuxtla, me gustaría marcar la del momento previo al amanecer, en el que están los dos cuerpos entrelazados y el sujeto poético se pregunta si ella lo recordará al día siguiente porque no anhela más que ese entrelazamiento, sin que importe lo que ocurra debajo de esa cama, como si el lecho estuviera más alto de lo normal, protegido de toda perturbación. Esta lectura es posible por la claridad con la que tal sujeto anhela fijar ese instante: “¡Y no podré volver a estar alegre más que cuando me vea de nuevo junto a ti!”, como dice en la página 37 y lo repite en la página 58. Un ejemplo más: “¿Qué te gustaría hacer después de despertar? Al dejar el libro entre tus piernas, vuelvo a comenzar todo de nuevo”. Dejo ahí esa posible lectura, que me gusta, que me atrae por la manera en que fluye la vida: “me vuelvo a enamorar de un mechón de tus cabellos, de los 24 000 tipos diferentes de tus genes, de tus mutaciones esporádicas, espontáneas, viejas o recientes”.
Un lector no especializado se desconcertará al enfrentarse a un libro como el de Oliva, en el que el sujeto poético dice que es capaz de regenerarse si lo “tocan senos y vulvas amorosas”, y que se enamora por medio de genes y mutaciones esporádicas. Indiqué al principio cómo el sujeto poético se pregunta si es el hígado de una rata o las patas de un ciempiés. Ese sujeto no se interroga por su condición de estar hecho de una sola pieza. En el libro se halla la fragmentación de ese ser, que imagina su salida de la vida como lo hiciera de su amada.
Quienes han tenido la sana costumbre de leer los libros de Oliva, encontrarán que el poeta viaja “en el mismo autobús, desde el siglo pasado “; que se asume como “un simple observador de esta escena ordinaria”, una escena, que es todas las escenas, en la que junto al doble que lo sustituye, “en la acción de mayor peligro”, se detiene a ver el cielo. Verán también que el tiempo sigue siendo una de las obsesiones del poeta: marca las horas, los minutos; insiste en diferenciar el hoy del mañana y en hacer evidente que las dudas son constantes. Y convoca a autores, a pintores, a músicos, que lo han acompañado en su aventura.
Hablé de lecturas posibles que se pueden hacer al estar frente al libro más reciente del poeta Oliva. Está la de un cuerpo, que es uno, que es otro, que es dolor; un cuerpo que, al ser el de una rata o de un ciempiés, pueda sobrevivir: sobrada vida. También está la lectura de los cuestionamientos del poeta acerca de su quehacer y de su esencia. Había esbozado antes una escena en el lecho, en la que hay dos personas: él y ella, pero, asimismo, hay otra que se puede hacer: la escena de mirar hacia atrás. No pude seguir, en esta oportunidad, el número de veces que está indicada la acción de mirar hacia atrás. Mi propia interrogante no iría hacia el recuerdo. No buscaría esas expresiones; antes bien, me guiaría por esta: “Si miramos atrás, le digo a Sonia, y a nuestras hijas y nietas, ¡es hora de bailar! Bailemos con la música de Mateo Flecha el Viejo.”
El sujeto poético no quiere mirar él solo hacia atrás. Les sugiere a Sonia, a sus hijas y nietas que lo hagan con un fin: reconocer que ha llegado la hora de bailar. Tampoco yo he podido ver si, a partir de esta otra anagnórisis, el sujeto empieza a nombrar aquello identificado como Tuxtla: el hermano, la hermana mayor, la hermana menor, los amigos… Lo que sí expresa a una hora exacta (6:35) es lo siguiente: “No sé a dónde voy a regresar, ni con qué familia”. Me ha sido imposible saber si lo que está en la página 39 es una errata: “Yo los miro directamente, les pregunto si creen que lograrán satisfacer sus.” (¿Falta algo, acaso? ¿“Sus” qué?)
No quisiera sugerirles a ustedes, potenciales lectores de este libro, que miremos hacia atrás para pensar que en Escrito en Tuxtla “todo ha sido un trastorno emocional”. En todo caso, preferiría saber que “es tanta la perseverancia” del poeta Óscar Oliva que ahora nos entrega este nuevo libro con sus “horas marcadas”: la que lo llama al aroma del café, la que espera que el caballo de su padre sea ensillado, la que permite platicar de este vecindario, la que lleva al río a comer de su mano.
Texto leído el 12 de mayo de 2022 durante la presentación de Escrito en Tuxtla, realizada en el patio principal del Palacio del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez.
Carlos Gutiérrez Alfonzo / Frontera Comalapa, Chiapas, 1964. Poeta y ensayista. Ha publicado los libros Cirene (1994), Vitral el alba (2000), Mudanza de las sílabas (2012), Poniente (2012), Que se halla por ventura (2015) y Si quien leyera fuera otro (2018).
Recientemente, Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1937) recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2021. Tanto la siguiente reseña como la de Carmen Nozal abordan un mismo título: Escrito en Tuxtla (Aldvs-Ayuntamiento de Tuxtla-Instituto de Arte y Cultura de Tuxtla, 2022, 80 pp.). Por su parte, Mariana Bernárdez nos ofrece un ensayo en torno a la obra del autor chiapaneco. Con los tres textos que conforman este breve dossier, el PdeP celebra los 85 años de Oliva, una de las voces centrales de la poesía mexicana de los siglos XX y XXI.