Karen Colín: diseño. Miguel Alvarado: texto e imágenes.
Toluca, México; 5 de noviembre de 2022
La entrada es una puerta practicada en una ventana que corre de techo a suelo en la casona que ahora es una galería, pero antes que nada es un espacio abierto, y todavía más: un lugar vacío.
Ahí los fantasmas están más presentes que las historias que los convirtieron en lo que ni siquiera son. No en ése, pero si en otro lugar vecino, una sombra atraviesa sus habitaciones por efecto de su forma o de la respiración que la construye. Es más fácil decir que es un fantasma y no una sombra que parece agigantarse alimentada por su propia materia enrarecida.
Como puede imaginarse, aquello va buscándose un rostro, un cuerpo verdadero que no sabe que su silueta es una forma mucho más acabada que una figura humana. Ahí donde falta la cara puede colocarse cualquier gesto y da a entender a quien la mira que también es parte del retrato cómplice o malogrado de ese ojo que la ve.
Ese fantasma es negro o blanco, de acuerdo a la hora que elija aparecer.
“Me han pasado cosas que pude haber evitado y ahora tengo que vivir con eso”, escribe Ulises Mendieta de este lado de la vida, sobre uno de sus potentes dibujos, marcadas las letras con ayuda de uno de esos moldes de cartón que se vendían hace mucho. Ese dibujo es su propio rostro de perfil, que se da cuenta de algo que no es o que no necesariamente va a evitar. Lleva una gorra y el pelo largo, tiene barba y bigote y una bufanda que se sabe que lo es porque está colocada alrededor del cuello. Se trata de la cara de quien algo espera. Las letras parecen barrotes horizontales por donde puede pasar solamente la mirada, pero nada más.
Antes de que comenzara el barullo de octubre y sus fantasmas y vampiros, las fiestas alocadas y callejeras, Ulises Mendieta expuso en la Galería Brummel, como ya se dijo, una casona de altos muros en esa calle de fantasmas que es Plutarco González, en el centro de Toluca. Ahí, en esos espacios hartos de tanto vacío colocó con acierto “Develar un rostro”, una serie de dibujos, algunos de gran formato, que desde que uno se encuentra con el primero, sabe que ahí habrá un artista.
Esos dibujos impresionan. Primero por su técnica, la cual es impecable en todos sentidos, aunque más en unos que otros. Y después por la temática o el motivo. Los retratos son de sus amigos, algunos de sus familiares y otros de mujeres que buscan a sus hijos o que buscan que a sus familiares desaparecidos o asesinados les haga justicia.
Cómo se nota que Ulises ha encontrado un buen puerto en esta exposición, y por eso deambula tranquilo por las salas con paso imperceptible mientras sorbe un poco de pulque que alguien ha llevado para los invitados. Su jarrito de barro se calienta entre sus manos en tanto su mirada se llena de los rostros que recorren las ausencias que a veces esas caras dejan en el corazón.
Uno de sus amigos ha llegado en bicicleta, después de atravesar Toluca, antes de que comenzara a llover. Sus ojos buscan una sola ilustración y cuando la encuentran no puede reprimir el gozo. Se trata de su propio retrato, al que le toma fotos y presume a los demás. Si alguien los ve juntos, no puede dudar de quién es quién, y que son uno solo. Por eso accede cuando algunos visitantes le piden que pose junto al dibujo, en el cual aparece mirando de frente, con una gorra cubriéndole la mirada.
Así es aquí. También otros se descubren colgados en las paredes de la galería. Se ven sorprendidos pero halagados, se trata de sorpresas que se agradecen, que no arrancan nada sin que se deje una retribución.
Hay dos que muestran algo más que un retrato. Y es que los lápices, las tintas y las acuarelas de Ulises se han encargado de dibujar además una de las realidades más lacerantes de Toluca y de su zona norte, olvidada por las autoridades municipales desde hace décadas y que todos los años expresa sus intenciones de escindirse, de dejar de una vez por todas las agresiones de la capital y de sus capitalinos agresores. En el norte de Toluca se concentra la mayoría de los feminicidios, de los secuestros, de las violaciones, de las casas de seguridad, de los huachicoles y, en general, de la violencia que sucede. Ahí, por ejemplo, en San Cristóbal Huichochitlán, se encontraron recientemente tres narcocasas con sus respectivas fosas clandestinas, que escupieron cinco cuerpos en una primera búsqueda. Hace un mes detuvieron a 17 personas, pero ahora los pobladores acusan que los dejaron libres y que esos 17 se han ido a vivir a la comunidad cercana de Cuexcontitlán, en donde han abierto narcotiendas. De los cinco asesinados, nada se sabe.
“Cuando acabábamos de comer decía gracias mamacita, estuvo muy rico tus charalitos”, ha escrito Ulises arriba del dibujo de una mujer que sostiene el retrato de su propia familia. Ahí están ella misma -dibujada dos veces debido a ese raro efecto de espejo-, un hombre mayor y un niño. Ella busca a su pequeño amor, a ése al que tanto le gustaban los charalitos que ella preparaba. El rostro endurecido de la mujer, pero no por malevolencia sino por dolor, parece reforzarse con la gruesa línea de tina negra que enmarca el perfil de su propia silueta, la cual por una percepción que tiene que ver con el dolor de quien mira, es negra y borrosa, aunque en realidad todo está muy bien definido. En México son las mujeres quienes buscan a los desaparecidos, quienes los encuentran, vivos o muertos y los regresan a sus casas, y quienes a veces también mueren porque las matan o porque se les acaba la vida antes que la esperanza.
Otro dibujo muestra a una de esas mujeres, cuyas manos despliegan el retrato de un niño al que evidentemente busca. El reclamo de la mujer está escrito como una aureola, rodeándole la cabeza, como el halo metahumano de una santa. Nadie que lo vea puede mostrarse ajeno.
Sin embargo, la otra raíz de esta exposición proviene de la experiencia del creador, un egresado de la Facultad de Artes de la Universidad estatal, quien fue detenido por la policía, que le sembró acusaciones como si se tratara de un capo. Así que mientras estuvo en ese proceso, conoció un programa social que juntaba a personas con experiencias reales que intentaban reinsertarse. Así que algunos de esos rostros develados por Ulises han encarado desde un inicio a la policía, al sistema inservible de justicia y a los mecanismos represivos que impiden y obstaculizan las rehabilitaciones.
“La idea surgió porque en una ocasión a mí me detuvieron unos oficiales de policía con cierta cantidad de mariguana y eso detonó en todo esto, en generar un conjunto de testimonios a manera de acercamiento, desde posibles consumidores hasta autoridades que tratan este problema. Y la mayoría de los retratos son de quienes han consumidos o siguen consumiendo alguna sustancia, y también de familiares cercanos a estas personas. La intención de estos dibujos es invitar a la reflexión sobre la problemática de consumo de drogas, sobre todo las químicas. Ese es uno de mis principales intereses. También lo es reflexionar de qué manera contribuye cada uno de nosotros a esta situación, para bien o lo contrario”, explica el artista, quien puntualiza que obtuvo una beca del Fondo para la Cultura y las Artes que le permitió durante un año desarrollar su proyecto.
El dibujo que cierra el recorrido presenta a una familia, el padre, la madre, el hijo y el bebé. El padre se encuentra parado detrás de su familia, que se ha sentado para posar. Él lleva un sombrero que se va desintegrando conforme avanza a su punta más alta. Pero a la nariz de él una firme línea blanca entra por una de sus fosas después de cruzarle el rostro, como si se tratara del fantasma de un gusano. Sin embargo, no se sabe si ha inhalado o expulsado aquello.
Ahora la familia que sirvió de modelo ha llegado a la exposición y posa junto al dibujo, asombrada y maravillada del evidente parecido. También van el niño y el bebé, este último dormido entre un escandaloso y complicado ropón rosa. Entonces se sientan junto a la obra y voltean. Sonríen y posan nuevamente.
Ahora Ulises tiene dos imágenes, que recogen la palpitante vida de una familia en dos momentos diferentes. En realidad, la historia de ellos nadie la ha narrado, pero el testimonio que Ulises dibujó es suficiente para entenderla.
Como los fantasmas que habitan en esa vieja calle del centro de Toluca, la fuerza del artista atraviesa con potencia cada una de las salas de la exposición. Que haya más rostros develados.