Miguel Alvarado: texto. Brenda Cano: Diseño. Abraham Bosque: fotos.
Ciudad de México; 23 de abril de 2022
En un rato será de noche y por la puerta a sus espaldas se hundirá en la luz la guadaña de lo oscuro. Sentado en el brazo de un sillón, la última hora se ha dedicado a recordarse en un ejercicio que no a todos acomoda porque hay cosas -esos olores, las palabras de alguien, el aire frío y las nubes tan serpientes en las que consiste la memoria- que nos oyen el cardio del cuerpo, que nos miran la espesura de los ojos, que nos tocan las formas de lo propio.
Se presenta. Se llama Abraham Bosque. Es fotógrafo y también escribe y es documentalista. Ha hecho mucho en muy poco tiempo y la plática ha tomado caminos insospechados pero que pasan muy cerca, por ejemplo, de lo que se llama extractivismo cultural, y muy cerca, también, de los tiraderos de pesadillas que deja la violencia allá en Veracruz, donde ahora reside. Ya no recuerdo si hubo preguntas aunque el silencio de esa noche, la efímera angostura de un camino que se vislumbra por la puerta, estuvo siempre presente.
Sus trabajos encarnan la tierra, su posesión y la pérdida, es decir, la lucha entre los hombres por ella, unos por cuidarla y otros por imponer lo que se denomina bienestar social y que no esta otra cosa que la invasión y depauperación a favor de vías privadas de comunicación, por ejemplo. “Camposanto de árboles” fue un retrato de la afectación ambiental que hubo en la carretera Toluca-Atlacomulco, en la comunidad de Xochicuautla, donde vivió cerca de un año. Otro ejemplo es el “Río de las Mariposas”, sobre el Papaloapan, y un documental, “Los ojos del violín”, en el cual se retrata la vida del último músico tradicional, en la franja llamada El triángulo de la muerte, o el Triángulo de la Brecha, la triple frontera entre Michoacán, Guerrero y el Estado de México.
Pero todo tiene un comienzo.
Inicia con el recuerdo de su comunidad, en la que hay una biblioteca comunitaria de tintes anarquistas, y de un trabajo de concientización política que significa, sobre todo, resistencia, y que se nutre de la experiencia de comunidades que defendían su territorio, atendían problemáticas ambientales e impulsaban la lucha social. Em esos entresijos se asoman los poetas Jorge Teillier, Pablo de Roca y Roberto Bolaño, así como el poeta campesino Patricio Hidalgo, que puede considerarse a la par de los representantes del Siglo de Oro español pero imbuido de la mística mexicana y que retoma incluso temas como los de la magia ancestral que se practica en algunas partes de Veracruz.
Y dice:
– Justamente esto determinó que estudiara una carrera que tiene que ver con la filosofía y las letras. Entonces me acerqué mucho a la literatura y a la poesía, así como a los géneros periodísticos. Comencé a hacer fotografías, a escribir crónicas. Al final yo quise hacer una investigación que tenía que ver con la poesía que se daba, sobre todo, en el campo. Quise tomar como ejemplo a poetas campesinos que no saben leer ni escribir, pero que tienen una gran calidad en la hechura de décimas y cuartetas. Descubrí que en el sotavento veracruzano había estas personas con estas cualidades.
En 2016 comenzó a explorar Veracruz, a visitar distintas comunidades para ver en cuál podría quedarse más tiempo. Fueron temporadas de tres semanas que después se alargaron a meses. Eso le permitió descubrir el mundo del son jarocho, por ejemplo, y la poesía. Se quedó entonces en la comunidad de Chacaltianguis, que quiere decir “En el mercado de camarones”, y que se encuentra al sur de Veracruz, en la zona del Papaloapan. Es una pequeña isla-municipio donde se estaba haciendo un proyecto comunitario que abordaba lo que él buscaba.
– Ahí encontré las puertas que me permitirían conocer a estos poetas que yo estaba buscando. En esas comunidades hace falta ese trabajo y por eso empecé a dar talleres, a involucrarme en proyectos de conservación y difusión- se acuerda Abraham, quien terminó quedándose dos años. Antes que fotógrafo, él aclara que se considera documentalista y en este momento tiene una muestra de foto fija, que insiste, tiene antesala en la poesía y en la literatura.
-Querían fotos de músicos, de personas mayores, pero las imágenes que he realizado tienen que ver más con alguna parte emocional que conecta con los personajes. Entonces esta es una muestra muy sentimental porque aparecen personajes con los que yo he convivido mucho, que me han vinculado con las comunidades- cuenta Bosque, quien refiere que una gran parte del conocimiento que tiene de la fotografía es empírica, aunque cuenta con estudios formales al respecto.
Una de las tradiciones más fuertes en México es la música del son jarocho, que nace en la época de la Colonia y es un sincretismo entre la cultura africana, que llegó a México debido a la práctica de la esclavitud, con las sociedades precolombinas en Veracruz y con toda esa música y poesía que también venía en los barcos, de corte español y andaluz.
-Y de ahí surgió el son jarocho. Durante la Colonia se mezclaron estos elementos en un híbrido que de pronto fue prohibido. Es una música que representa a Veracruz pero también a México. Antes que el mariachi, ésta tendría que ser la música por excelencia, porque está viva en las comunidades, tiene más de 300 años- dice el artista.
La exposición que actualmente ha montado consta de 33 fotografías que hacen un recorrido entre 2016 y 2022. Se había presentado en el Foro del Sotavento, que se lleva a cabo todos los años durante las fiestas de la Candelaria en Tlacotalpan. Se trata de un festival muy importante relacionado con el son jarocho y cada año se realizan distintas actividades. Para armar la exposición, eligió tres regiones de Veracruz, al sur del Puerto: la región de la Cuenca del Papaloapan, los Tuxtlas o la sierra, y los Llanos, donde ha estado viviendo algún tiempo.
– Lo que quise hacer con esta expo, que titulé Sinfonía del trópico, fue retomar teorías de tropicalidad, en la que se pone al sujeto como parte del paisaje. Esta tropicalidad determina los quehaceres, los oficios, la música. El sujeto es un actor estético y visual dentro de la foto que se hace. Surge también de lo que se conoce como las teorías del océano, que tratan de remarcar el carácter de la geografía en la que se asientan estas culturas. Es un recorrido también por los cambios en mis técnicas, porque se van viendo los distintos discursos y el avance que he tenido en la foto fija- apunta Abraham, quien sitúa a esta muestra dentro de la foto documental o social y dentro de los que dice la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, quien establece una sociología de la imagen, la cual señala que a partir del discurso de las personas, se les retrata. Por eso, la importancia de pasar temporadas largas con ellos y saber cómo les gustaría ser retratados. Se trata de no conceptualizar a nadie. Es decir, el autor se auto-reperesenta.
La práctica le ha permitido a Bosque descubrir y descubrirse. Ha llegado a autores que se han convertido en sus referentes, como el chileno Sergio Larraín, un viajero incansable que trabajó en la Agencia Magnum y que no se cansaba de profundizar en su patria estrecha y larga. Que no se cansaba, y que ni la muerte ha podido retirarlo porque este arquetipo de la imagen murió en 2012, pero sus fotos están vivamente incrustadas en el imaginario visual del mundo.
– Me interesan esas dudas desmesuradas, poéticas, de los fotógrafos, que es donde yo me veo reflejado. Siempre me gustó viajar y ahora mismo estoy en proceso en el que me toca también acompañar el sufrimiento de quienes me acogen. Mi fotografía va más por ese lado existencial que justamente hacían Larraín o Robert Capa.
Violencia y extractivismo cultural
Veracruz es uno de los estados más violentos del país, aunque es difícil elegir cuál es el que presenta mayor riesgo. La situación veracruzana, atravesada por el narco, los recursos naturales, la presencia de las fuerzas militares y la corrupción enquistada incluso como una forma que se integra a lo cotidiano, a la vida de todos los días, no pierde sin embargo las razones que todos tenemos para seguir. Abraham Bosque, sin embargo, señala que aunque esa violencia no puede negarse y a veces no puede evitarse, lo más difícil para él no ha sido trabajar en ese contexto, sino en el de la aceptación de las comunidades, las cuales no tan fácilmente dejan integrarse a los fuereños.
-Antes que nada, está el choque cultural. La identidad veracruzana es muy distinta a la de quienes provenimos del centro. Hay otras formas de ser, otras maneras de entender a la cultura, a la sociedad. Para mí fue difícil entrar por el estereotipo del chilango, el acento que tengo. Hasta después de cinco años he podido equilibrar estas estructuras. Porque se piensa, y con razón, que la gente del centro viene a apropiarse de la cultura, que en realidad se trata de un extractivismo cultura que se practica sin más. Eso fue lo difícil -señala.
Tiene muy presente a la violencia y no ignora que se encuentra en espacios geográficos muy ricos disputados por el crimen organizado, que pelea por el control de los territorios. Entonces enumera el lamentable lugar común que es México en ese sentido: desapariciones, asesinatos.
-He tratado de ser muy cuidadoso en estos temas y ahora mismo participo en un documental que se llama Tierra Abierta, con José Gómez, un fotógrafo de Toluca, en el que abordamos el asesinato de un jaranero que pertenecía al EZLN, al Concejo Nacional Indígena y era defensor de la tierra, opositor al fracking. Se trata del último viaje que realizó el jaranero, su paso por Toluca ates de que fuera ejecutado, en el 2019. Su cuerpo fue encontrado en la cajuela de un auto y este trabajo ya utiliza técnicas más cinematográficas, lo cual me ha ayudado a entender como pieza artística la foto y el documental- afirma el artista, quien ha pronunciado la frase de “extractivismo cultural”, un concepto, una acción, que se practica siempre, a veces por desconocimiento, pero la mayor parte de las veces con la intención de abusar y que genera tantos daños como los que se registran con el extractivismo que tiene que ver con el territorio, la rapiña oficializada de los recursos naturales y minerales.
-Yo retomaría al extractivismo cultural desde lo que dice el portugués Boaventura de Sousa Santos. Él le llama epistemicidio a la muerte de los conocimientos. Cuando alguien se apropia de una cultura y la transforma, está dando muerte a los conocimientos originarios. El son, por ejemplo, es muy apreciado por los musicólogos y artistas, pero vienen un mes, aprenden un rasgueo o un ritmo y con eso montan un espectáculo, salen a tocar al extranjero, pertenecen a ballets o elencos artísticos, pero no hay ningún discurso detrás de eso. Y en realidad lo que están tocando no es lo que se hace acá, pero le están vendiendo eso a la gente en las ciudades, que desconoce todo- cuenta Abraham, quien sigue diseccionando. Las academias o escuelas de bellas artes, opina, enseñan música o danza folclórica que no tiene nada que ver con loque realmente se hace. El extractivismo cultural sumerge a los creadores de los pueblos en la marginación y en la miseria. Quienes se llevan esos conocimientos no les dan crédito de ninguna manera pero sí venden e industrializan. Así, la reinterpretación de las culturas en realidad las mata y poco a poco o rápidamente, las expresiones se están muriendo.
Sin embargo, las comunidades cada vez son más conscientes y están aprendiendo a defender sus saberes y territorios. Las comunidades son muy inteligentes y saben las intenciones de quienes los visitan.
– Ahora yo soy parte de la comunidad, me comparten el pan en su casa, su música, su intimidad. Y creo que ese proceso de la apropiación es una problemática es innata al ser humano, estar con estos conflictos y los territorios defendiéndose- señala.
Entonces, el Triángulo de la Muerte
La investigación de Abraham Bosque está relacionada con comunidades indígenas y sociedades afro-descendientes. Ligado siempre a la cultura popular, escribió crónicas que ilustraba con fotos que tomaba. Así, fueron atrapándolo esos ensayos de luz, que muy fácilmente lo introdujeron al proceso documental. Sin embargo, había muchas cosas que estaban perdiendo el lado artístico. Para rescatarlo, ha recurrido a técnicas de dramaturgia, a las puestas en escenas, a la técnica del cine.
Antes, la intención de filmar la vida de un violinista originario de la Tierra Caliente del Edoméx, lo llevó por las brechas del Triángulo de la Muerte, un nombre que hoy le viene corto a la frontera guerrerense y michoacana con el lado mexiquense, la tierra donde dominan los capos del Fish y el Fresas, los hermanos Hurtado Olascoaga, famosos por liderar a la Familia Michoacana y sobrevivir por años al asedio de su propio oficio.
-Estuve en Luvianos, Tejupilco y Tlatlaya. Peor fui de una manera muy ingenua porque no sabía las dimensiones de lo que sucede ahí. Eso restó mucho al guion que yo tenía, porque solamente pude estar una semana y sacar un par de testimonios. Llegó una persona conmigo y me preguntó por lo que estaba haciendo, si iba de algún medio- recuerda. Y si bien no hubo amenazas directas, el mensaje resultó muy claro para él, que prefirió salir de ahí con el documental apenas iniciado, al que le llamó “Los ojos del violín”.
Entonces recuerda que en Temoaya vive una cineasta, Sara Jerónimo, quien es la máxima representante en la zona centro del país de un cine indígena y que lo invitó a encargarse de la fotografía de un documental, Tania. Lo recuerda por lo increíble que resulta, en una sociedad como ésta, que una mujer haga cine, que encima sea indígena y que además tenga reconocimiento. Ninguno de los dos, Abraham y Sara, son asiduos a los medios, aunque él a veces ha trabajado en algunos, colaborando. Sin embargo, ha procurado no sujetarse a la camisa de fuerza que diarios y portales electrónicos representan para quienes ahí trabajan y por eso a veces, para vivir, trabaja en oficios ajenos a la actividad documentalista. Así puede proteger lo que hace y hacer lo que es correcto.
Dejar todo
-La literatura en mi trabajo es lo principal. Me gustaba la poesía y los poetas malditos y puedo decir que por ellos es que vivo de esta manera- dice Abraham en tanto recuerda que acaban de enterrar a un amigo cercano, a quien posiblemente asesinaron.
La vida del francés Arthur Rimbaud, el niño terrible de los poetas malditos campea entonces en el imaginario del fotógrafo, que de alguna manera sigue los pasos en Veracruz de aquel hombre, que en 1880 llegó al África luego de escribir dos obras maestras de poesía, a los 20 años apenas, “Una temporada en el infierno” e “Iluminaciones”. Algo hizo que se dedicara a traficar armas, y al final de su vida, con el alma rota y la pierna gangrenada, volvió a Marsella, en donde murió finalmente. Pero el viaje de Abraham, si bien recuerda las fugas de Rimbaud, tiene un sentido, el cual, hasta ahora, es darle voz a quien no la tiene. No ha dejado nada, al contrario, ha abrazado todo.
Entonces, los perros, allá en Chacaltianguis, comienzan a ladrar.
-Siempre me sentí seducido por esa vida de los poetas, que se reflejaba en loque escribían. No podemos saber de algo que no hemos vivido. Yo creo que en la fotografía, en el documental, no puedo hablar algo de lo que no he padecido. Justamente sería una interpretación errónea hacerlo así. Pero por eso leo. Uno inicia imitando y la poesía de místicos, por ejemplo, George Trackl, me fue consumiendo, y adoptar esa vida fue más bien amalgamar algo que yo era. Y la poesía, dentro del la tradición del son jarocho me ayudó mucho a trabajar la técnica, por ejemplo de las Décimas, inventadas durante el Siglo de Oro español, creadas por Vicente Espinel. Eso hago también, con un grupo de música que tengo- apunta el artista.
Los veracruzanos han inventado algo a lo que le pusieron “realismo tropical” que probablemente sólo se entienda bien en aquel contexto, con sus plantas propias, con sus animales específicos, con su olor característico al mar y las montañas, incluso con El Norte, el mal tiempo que han aprendido a predecir de acuerdo al comportamiento de los animales, incluso de las plantas.
Ya es la hora.
Como se ha visto, dejar todo no quiere decir siempre eso. La exactitud de la frase depende, por ejemplo, de quién sea Rimbaud en ese momento. Por lo que respecta a Abraham Bosque, la inquietud viajera, pero también apátrida de la pandilla del contrabandista de armas francés se le aparece como un fantasma al cual le va tocando las orillas con dedos invisibles. Y es por eso que siempre encuentra.
¿Dónde ver el trabajo de Abraham Bosques?
Documental “Como el río y las mariposas”. Aquí.
Documental “Los ojos del violín”, que narra la historia de “Jaime Constantino Osorio Valdez, Don Consta, músico invidente que preserva la música tradicional de la región calentana al sur del Estado de México, ultimo violinista de la comunidad de Acatitlán, Luvianos. En el año 2019 fue galardonado como guardián de la tradición musical por el Encuentro de Músicos y Bailadores de la Región de Tierra Caliente. El legado de Don Consta trasciende valles y montañas de ese sur calentano que inspira miedo y desconfianza, los ojos que en él palidecen son Los Ojos del Violín que proclaman el derecho a la alegría, el derecho de cantar y de bailar donde la vida se bifurca por dos senderos: la migración o el crimen organizado”. Aquí.
La Sinfonía del Trópico, exposición de foto. Aquí.