7 diciembre, 2024

Joker: (un espacio negro para una película en blanco)

Joker: (un espacio negro para una película en blanco)

Miguel Alvarado

Toluca, México; 12 de octubre de 2019.

Por encima de Joker siempre estará Heath Leadger y a Joaquín Phoenix siempre lo envolverá la sombra de River, su hermano mayor, el niño maravilla que la muerte empoderó y a quien casi lo volvió tan rebelde como James Dean, aunque hay que decir que mejor actor sí era.

Siempre, siempre, por estos días recuerdo los caminos llenos de flores, los abrazos del silencio de My own private Idaho, las líneas amarillas y blancas pintadas en la carretera al lado del misterio de la narcolepsia.

Nunca más volveré a ver esa película porque seguramente se desvanecería y todo lo que contiene ya no corresponderá con lo que se ha quedado: mi corazón no es el mismo y mis manos son otras, como todo esto que me contiene y que me aproxima al inicio de otras cosas.

Miremos.

River Phoenix está tirado en una calle de Los Ángeles, la noche del 31 de octubre de 1993, envenenado por su propia decisión con una sobredosis de coca y heroína y morirá porque nadie llegará a tiempo, excepto la hora que ya le toca. Esa es la historia que siempre se ha sabido, y que seguramente se desvanecerá en algún momento porque a pesar de todo la muerte no hizo inmortal a River, y si esa condición no se cumple entonces nada es para siempre: su epilepsia inversa representada por los silencios y las autopistas, por los abruptos despertares y la desconexión de su cuerpo, sin necesidad de hablar, se volvió realidad en la banqueta llena de curiosos que lo miraron agonizar y a sus hermanos intentar revivirlo, desde el “oh shit” de Joaquin hasta la respiración boca a boca le practicó Rain, una de sus hermanas.

Años después Joaquín Rafael, el otro Phoenix, yace tirado en el Alley Crime de la ficticia Gotham, después de que una banda de adolescentes lo moliera a patadas. Son estas las expresiones que intentan explicar el conjunto de desgracias que texturizan la piel de un criminal. Pero no se trata del mensaje social que pudiera tener la película, dirigida por un hombre de apellido Phillips y que como currículum condujo un despropósito llamado “¿Qué pasó ayer?”, en la que hasta Mike Tyson tiene una aparición.

Se trata de la vértebra que sostiene la película.

Joker era una cosa seria y quizá por eso la echaron a perder.

El director refleja su origen cinematográfico. Falla, pues sí, en el entramado de los diálogos y no consigue asimilar el proceso de demencia que sufre Arthur Fleck, el hombre que después se convertirá en Joker, sino que todo sucede desde lo abrupto, desde la prisa por resolver algo que ya se sabe cómo terminará. Entonces, ¿por qué no tomarse el tiempo para explorar esos porqués? Habría también que decir que la elección del nombre para Joker no pudo ser más desafortunada, y que la dirección de la cinta se habría visto mucho mejor si se hubiera elegido el Joe Kerr que se usó en el cómic Volverse cuerdo, una de las aproximaciones al origen del payaso diabólico que se intentó en DC.  

Porque sí, Joker es un dibujo animado. Sí, es el enemigo de Batman y su historia en los cómics y otras películas ha sido de una ramplonería casi perfecta. Joker está vigente porque ha insistido. Pero también Birdman era un dibujo animado. Drácula, una novela en formato de cartas y Frankenstein el resultado de una competencia entre Polidori, Shelley y Wollstonecraft. Lo mismo se entiende que, como el director de cine ruso, Tarkovsky, sólo él y ninguno más.

Pero volvamos a la historia. Arthur Fleck es un hombre enfermo de sus facultades mentales. Además no puede parar de reír debido a algo que le aqueja. Como mínimo, es un esquizofrénico que ha vivido siempre con su madre en la pobreza miserable a la que les arrastra su entorno: el Estado que no los ayuda y que en un afán de ahorro suspende programas y tratamientos. Arthur, a quien su madre le llama Happy, perderá su trabajo y se volverá cada más violento, lo cual ocurre entre alucinaciones y humillaciones porque, como él dice, uno obtiene lo que merece. Por fin comete su primer asesinato. No uno, sino tres de una buena vez, lo cual lo hace saltar a los reflectores de la prensa al mismo tiempo que desata una especie de furor público en contra de los ricos y los superricos, como el caso de Thomas Wayne, el padre del niño Bruce Wayne, alias Batman, y que termina por destrozar la ciudad y asesinar a Wayne padre. La madre de Arthur, una anciana esquizoide también, le dirá al Joker que en realidad es hijo de Thomas Wayne. Todo pasa: Arthur asesina a su madre y después ejecuta a un presentador de televisión durante una transmisión en vivo.

Pues sí, a esas alturas, cualquiera sabe que Arthur terminará por lo menos detenido. Pero al final no se muere, lo cual habría sido lo mejor para darle sentido a la película que propone el origen del villano número uno en la cosmogonía de Batman.

Al final no se muere pero sigue matando.   

El Joker de Joaquin Phoenix deja sin palabras, un vacío inexplicable a quien sabe de él y lo ve incluso por primera vez, y de verdad no se sabe decir por qué no está bien, por qué es superficial, despojado de la fuerza interpretativa que le dio Leadger en su momento. Claro, sólo es cine, pero es algo de lo poco que nos queda, que no es futbol.

Sin embargo, tiene una virtud, y esa es la elección perfecta en cada montaje de cada escena. No hay una sola que no lo sea y hay que aceptar que todo está en su sitio: cada gota de sangre sobre el blanco rostro de Joker, los platos que usa para dar de comer a su madre, las calles de Gotham recorridas por este asesino, la insinuación de pintura en el rostro del payaso, el Metro decorado con los grafitis que las bandas neoyorquinas pusieron de moda, las palizas que le dieron, la contorsión imposible del cuerpo, la cara del que lo ha perdido todo, incluso la cordura. Y sin embargo no pudo quitarse la estridencia del motín, el lugar común de los choques mortales en las calles, el fuego vandálico que siempre enciende Hollywood para que todo encaje.

Joker es una caricatura que fue caricaturizada. Y en el diálogo, las frases nunca encontraron el ingenio requerido ni la gestualidad adecuada. Joker es amanerado, pero no terrible -aunque mate-como resulta Conrad Veidt con su sonrisa desnaturalizada en El hombre que ríe, del prehistórico 1928. Hay otra confusión y esa radica en la risa descontrolada de Joker. Sí, así se ríen algunos enajenados y la secuencia que nos regalan estremece la estructura del mundo que nos toca entender, o por lo menos vivir. Joker, en cambio, sólo es estridente.

El otro Joker, el de Leadger era malo y eso era todo.

Era ingenioso, y eso era todo.

Era violento. Era vulgar.

Era, sobre todo, el reflejo de algo que en su momento fue humano.

Era… su gesto.

La arruga en el rostro, el salivar profundo antes de que escurrieran las babas, las vueltas del ojo, la forma del habla, sin impostura, el miedo a alguien.

Queda claro que Joaquin hace su mayor esfuerzo y sigue las órdenes que le han dado en el plató. Y por supuesto tiene sus momentos escalofriantes: en el camión, con el niño mirándolo y riéndose; en el set, disparando al parlanchín De Niro para dejarlo tieso, sentado en su silla de estrella de pacotilla; y en la ventanilla de la patrulla, cuando arde la City y eso que es pero no puede expresarse se le refleja en su rostro.

Sin embargo, es milimétrico y previsible. Su vida, efectivamente era una comedia, pero no se nos permitió verla. Sólo escuchamos de su pasado como expósito, la serie de torturas y abusos que vagamente se revelan, junto con los castigos a los que fue sometido. Sí, a veces hay que imaginarse las cosas, pero a veces no.

Phoenix ni siquiera es un Joker de segunda -que los hay, y muchos- y por lo menos desde estas líneas se le recordará por lo que pudo ser y no consiguió, teniéndolo todo.

Entonces, miremos.

River Phoenix yace en una acera de Los Ángeles, donde agoniza después de que él mismo se sobrepasara con el consumo habitual de su blanca cocaína. Lo hizo en un arranque idiota, como parte de su pataleo de niño mimado porque no lo dejaron tocar en el escenario donde estaban, en ese momento, Johnny Deep y Dave Navarro, de los Red Hot Chili Pepper.

Murió por eso, pero Joaquin siguió con su vida como pudo, arrebatado de estupor.

Esta es la historia de un hombre muerto y de su hermano, quien sigue actuando a pesar de todo. Intentándolo.

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