Miguel Alvarado
Toluca, México; 10 de octubre de 2019. ¿Qué sucede cuando un grupo de fotógrafos y fotorreporteros se unen para compartir el trabajo que realizan? Primero, se tiene en el mismo lugar un registro de tonalidades de luz que nos muestra lo distinto que puede ser el mundo, aunque quepa en un pañuelo. Y después, un escenario que nos obliga a aprender a mirar, y, algunos, a aprender a mirar disparando.
El Colectivo Fotoluca representa lo anterior, y el trabajo en conjunto lo ha llevado al Festival Quimera, en donde expondrán los ejemplos que ellos se han encargado de tallar en sus cámaras. Los fotoperiodistas Jonathan Mondragón, Tania Contreras y Crisanta Espinoza dicen que el Colectivo surgió de la necesidad de encontrar espacios para mostrar su trabajo, pues los medios de comunicación no otorgan los suficientes, lo cual se traduce en que las piezas fotográficas se queden en los archivos y nadie las vea. Así, se lanzaron a la aventura de organizar exposiciones y organizar cursos y pláticas acerca de la imagen y sus procesos.
El Colectivo está compuestos, entre otros, por reconocidos periodistas de la capital mexiquense, entre los que destacan Arturo Hernández, Francisco Contreras, Diana Abigail Rojas, Mario Vázquez de la Torre, Érica Avilés, Mario Benítez, Claudia Aguilar, Guillermo Romero, Jesús Mejía y Jorge Alvarado, entre muchos otros, cuyo trabajo podrá verse en el Festival Quimera a partir del 11 de octubre.
Los ensayos de luz de Ramsés Mercado
Para Ramsés Mercado es fácil ser periodista gráfico. Es fácil, pero al mismo tiempo no lo es. Esto, por supuesto lo entienden mejor quienes, como él, trabajan todo el día en la calle buscando, o mejor, dicho, encontrando. Al final de todos esos días de recorrer, ni siquiera queda el valor de una noticia. Lo que queda estará para siempre con uno, metido hasta la médula de cada uno, que ha visto y sentido algo que no puede transmitirse porque se encuentra en los niveles del espíritu.
Integrante del colectivo, Ramsés es un fotógrafo de alto riesgo, aunque bien a bien no sé por qué, pero puedo entender el impulso que lo lanza hacia donde pasa algo. La primera vez que reporteamos juntos fuimos al pueblo de San Mateo Otzacatipan, un día en el que la multitud había tomado las oficinas de la delegación. Cerca de ahí ya estaban los policías antimotines, que de tanto en tanto asomaban sus cabezas en las esquinas, como midiendo el tamaño de la furia. En realidad no se sabía bien a bien lo que sucedía, lo único que podía verse a simple vista era una especie de aullido que yo había visto todos los días en Guerrero, y que siempre terminaba mal.
Así que Ramsés estacionó el auto, preparó su equipo y cuando tuvo su cámara en la mano, me miró y me dijo, con una sonrisa: “vamos viendo”. Y sin decir agua va, se lanzó hacia la turba, metiéndose en medio de todos.
Yo, que sabía lo que iba a pasar porque años atrás me pasó lo mismo muchas veces, preparé mi cámara y lo seguí. La multitud, que no reconoce las sombras que la traspasan, se dio cuenta de que había un desconocido. En una situación en la que muchos corren, porque además aflora el instinto de poner distancia, Ramsés se quedó quieto, en medio de todos, como si midiera un tiempo, una distancia que sólo él podía distinguir.
– ¡Ese greñudo no es del pueblo!- gritó de pronto una mujer.
Uno, dos, tres segundos de silencio. Después, la turba se le fue encima.
A Ramsés no le pasó nada y yo pude tomarle unas cuantas fotos nada más para acordarme de cómo era uno cuando estaba más joven. Después estuvimos un rato ahí, pero ya no pasó nada más. De aquel día recuerdo el impulso del fotógrafo, los tenis rojos de Ramsés abriéndose paso hacia quién sabe dónde, que me recordaba a los niños que se tiran a las albercas porque han visto a otros hacer lo mismo.
Debo decir que Ramsés es el único reportero con el que me siento a gusto trabajando, porque permite desarrollar una especia de sentido psíquico que permite ubicarlo, presentirlo. A veces, se convierte en guía, pero también sabe cuándo debe dejar guiarse. Eso, sin mediar palabras. Aunque tiene relativamente poco trabajando en medios de comunicación, parece que lleva años. Se ha preocupado por desarrollar un talento que, una vez descubrió que tenía, pulió en el estudio y la práctica.
El periodismo cambia radicalmente a quienes lo practican. No digo que para bien, pero a los que sí, el oficio ofrece acercarnos al fondo del corazón del hombre, el cual no siempre resulta ser una casa habitable, aunque siempre será una hoguera a punto de desbordarse.
– Me pongo a pensar en todos los muertos que me toca reportear, en los accidentes a los que voy -decía Ramsés a veces, cuando regresaba de ver y sentir eso que a mí me da por llamar la realidad nuestra, porque es donde todo termina- me pongo a pensar si una vez no voy a ser yo el que esté ahí y entonces alguien se lleve fotos conmigo ahí.
No exactamente, pero algo así.
Ver morir es parte de su oficio, pero también lo es ver nacer.
La palabra de Ramsés es la cámara fotográfica, con la cual es capaz de escribir, desde sus ensayos de luz, hasta un poema o un discurso. Y con esa herramienta es que participa por primera vez en el Festival Quimera, que le abre las puertas a él, quien es fundador de Viceversa, su propio medio de comunicación, para que exponga lo que ve su mirada, que a veces observa con los ojos cerrados, en una exposición a la que han denominado Efimerografías, y que el 11 de octubre a las tres de la tarde abrirá sus puertas en el Museo del Barro de Metepec.
Yo creo que el periodismo, y sobre todo el fotoperiodismo, sirve para asomarse a lo oscuro, a lo más oscuro, porque sólo ahí puede verse la luz.
Eso es lo que hace Ramsés Mercado, con cámara fotográfica o sin ella. Se asoma.