Diego Alcázar/ Periódico de Poesía
Ciudad de México; 25 de septiembre de 2022.
Nota de (re)aparición (y de ecos)
Hubieron de pasar casi más de veinte años para que Conversación con los difuntos volviera a aparecer en las librerías, en septiembre de 2015. Si bien en algunas librerías se hallan aún algunos ejemplares, nuevos o usados, de la edición del 91, no deja de agradecerse que se haya hecho realidad una segunda edición del pequeño libro en que Eliseo Diego nos ofreció una muestra de gran riqueza en lo que a trabajo poético se refiere.
Ese trabajo consiste en no poca cosa: Diego presentaba como amigos a los poetas que leía y que, por tanto, lo acompañaban, aunque entre ellos y él el existiera un abismo insondable. Los amigos que presenta hablaban en inglés y, para que los conozcamos, Eliseo Diego decidió traducirlos:
Todos me hablaban en inglés, idioma muy distinto al nuestro. Sin embargo, ¿no desea uno siempre compartir sus hallazgos de amistad con los que ama? Y así he pedido a mis amigos distantes que me permitiesen siquiera un eco en español en los consuelos, alegrías, deslumbramientos, susurrados por ellos a mi oído.
Justamente eso, el eco que de los poetas y poemas en inglés logra percibirse en español por la pericia del traductor (que, aludiendo a su propia figura, es un equilibrista), es lo que hace fuerte al trabajo contenido en Conversación con los difuntos. En sus páginas, donde hallamos la versión «original», leemos lo mismo a Robert Browning que a W.B. Yeats o a Rudyard Kipling y a Edna St. Vincent Millay, poeta que resultó un gran (y grato) descubrimiento para mí.
Obviando la discusión de qué es una traducción y quién y cómo ha de hacerla, pienso que lo que Eliseo Diego presenta como traducciones constituye de manera más precisa un «acercamiento» o representa un eco de sus difuntos amigos, puesto que él apunta (siempre a la vista del trabajo y las experiencias propias) que una buena traducción, me parece, no puede aspirar a más
que a evocar una sensación similar a la del original en la materia idiomática donde ha encarnado.
En este sentido es en el que debe ponderarse su trabajo de traductor (muy similar al de Octavio Paz): hacer de los poemas en otra lengua materia poética en la nuestra y que conserven lo que podemos leer en el original, aquello que aún consideramos poesía (en sus diversas representaciones).
De Thomas Gray, «El epitafio»
Un joven yace aquí por la Fortuna
y la Fama olvidado con presteza.
No desdeño el Saber su pobre cuna,
y lo marcó por suyo la Tristeza.
Sincera el alma y más que generoso,
envióle el cielo un don como testigo:
dio al pobre cuanto tuvo, y fue un sollozo,
y Dios (no quiso más) le halló un amigo.
Ni sus faltas ni méritos pudiera
en lo profundo conmover tu voz:
tienen de abrigo en la terrible espera
el pecho de su Padre y de su Dios.
De Joseph Blanco White, «A la noche»
¡Extraña noche! Cuando el primer padre
tuvo de ti noticia, oyó tu nombre,
¿tembló quizás por la adorable forma,
la regia cúpula de luz y azul?
Mas bajo un velo de rocío translúcido,
entre los rayos del poniente en llamas,
Héspero con la hueste etérea vino,
¡y el hombre vio ensancharse la Creación!
¿Quién pudo imaginar tales tinieblas
allá en tus rayos, sol, o quién pensó,
mientras insectos y hojas se perfilan,
que a innumerables urbes nos cegaras?
¿A qué rehuir la muerte, pues, ansiosos?
Si engaña así la Luz, ¿qué hará la Vida?
De Edna St. Vincent Millay, «V»
Si por casualidad supiese yo
que ya te has ido y no vendrás jamás,
leyendo un diario, por decirlo así,
que lleva mi vecino en el subway;
como en la esquina de tal bulevar
y alguna calle (así los diarios son)
un hombre que al azar has sido tú
por un azar la muerte arrebató;
no sollozara —cómo hacerlo yo
en alta voz o en sitio así torcer
mis manos— sólo me pondría a mirar
las fugitivas luces del andén;
o alzar mis ojos con cuidado a ver
dónde almacenan pieles, peinan bien.
Conversación con los difuntos. Eliseo Diego. Conaculta/ DGE. Equilibrista, Segunda edición. México, 2013.