14 julio, 2025

Un día cualquiera

Miguel Alvarado

Toluca, México; 10 de marzo de 2020.

Ella corre por el camellón, en sus manos lleva un periódico donde aparece su hija muerta

Ella viene de Sinaloa y ha venido a pedir ayuda, pero después de que representantes de la Fiscalía de la República la han escuchado, le dicen que su caso lo debe llevar ante autoridades locales. Mientras llora, como puede, explica que ya lo hizo y que hace un año levantó la primera denuncia. Primero mataron a su hija y cuando ella supo que el culpable había sido un policía de Culiacán, y contó el caso a la prensa, comenzó a recibir amenazas de otros policías. Le dijeron que si no retiraba la demanda le pasaría lo mismo que a su hija. Y le dijeron que si volvía a acudir a la prensa, le pasaría lo mismo que a su hija. Por eso vino a la ciudad de México, y por eso corre por el camellón de Reforma: en sus manos lleva un periódico donde aparece su hija muerta porque piensa que aquí alguien la verá y se detendrá a escucharla. Muestra el periódico y en él está la foto de su hija. En otra página aparece la historia pormenorizada, donde cuenta todo como un desgarro.

Algunos se detienen y la escuchan un momento, porque, ¿qué pude hacer alguien como ella, que se encuentran ante el Estado como ante una montaña inaccesible, ni siquiera un castillo o una puerta a la cual deben vencer? Sin embargo, escuchar es el comienzo de algo, aunque también se corre el riesgo de que pueda terminar mal y termine de cerrar con otra muerte los ciclos de violencia que se ciernen sobre uno, sobre la familia, la comunidad, los pueblos. Ella va corriendo y llora, con el periódico entre sus manos que ya no lo estrujan, pero que lo despliegan como las alas ahora de un buitre porque ahí está la foto de su niña muerta, y después como las alas de un papalote, porque la madre no ha olvidado a la hija.

Yo tengo que estar aquí los domingos porque si no vengo, mi hermano no come

“No, pues no. Si yo estoy al pendiente de mi hermano, entonces creo que ya lo habría matado o se habría muerto de hambre. Algo le habría pasado ya”, dice Guadalupe frente a la antigua cárcel municipal de Tenancingo, en el Estado de México, antes de que los presos fueran trasladados a la actual penitenciaría. Mientras lo dice, camina hacia la pequeña puerta que funciona como acceso a la cárcel. Uno por uno entra, después de que le revisan todo. A ella le toca a una mujer policía que la desnuda y le mete mano. Primero la blusa, después el pantalón y la ropa interior. Y cuando está satisfecha deja que se vista mientras esculca la bolsa con comida que Guadalupe lleva para su hermano preso, acusado por violación. Aquí la violencia es cíclica y la justicia está al alcance de quien pueda pagar. Es domingo y afuera hay algarabía porque en pocas horas quedará instalada una feria. Hasta adentro se escuchan los martillazos que arman puestos y juegos mecánicos, y se confunden con las voces de acero de los guardias. “¿Otra vez tú?”, le dice un policía cuando por fin la dejan pasar. “Sí, otra vez yo, las veces que tenga que venir”. Guadalupe se mete al área del comedor, donde los presos reciben visitas cada 8 días y ahí está su hermano. Ella le cree, lo cree inocente. Y ella, después de un rato, dice que también fue violada cuando era joven. No una vez, sino quince veces. Pero sus dos hijos fueron fruto del amor. Eso dice Guadalupe mientras mira algo que no se alcanza a ver así nomás. “La verdad, me voy a ir de aquí si a mi hermano no lo enjuician. Ya son muchos años y no se puede hacer nada. Yo también tengo que vivir mi vida y ahora estoy asustada porque los policías me empiezan a seguir. Pero también pienso que yo tengo que estar aquí los domingos, porque si no vengo, mi hermano no come”. Luego se va con él, para que le cuente cómo le ha ido y ella le dice que afuera hace mucho sol, que ya llegó la feria, que se coma lo que le lleva. Los ojos de Guadalupe se afilan y después dice, cuando él no la escucha: “la verdad, ya no le creo”.

Los policías de Iguala metieron al ayuntamiento unas 20 bolsas negras con cadáveres

A Evelia Bahena sicarios de la minera Media Luna en Cocula, Guerrero, la persiguieron por llanos y montañas para matarla porque encabezó por cuatro años la resistencia de los pueblos de La Fundición y Real de Limón contra la extracción del oro que oficialmente hay ahí. Empleados de gobierno de Guerrero y de la Media Luna, de origen canadiense, casi la linchan debido a la férrea oposición que detuvo por cuatro años los trabajos de extracción. Después, todo lo que hizo se fue al diablo y Evelia tuvo que salir huyendo por amenazas de muerte recibidas. El gobierno de Peña no la ayudó en nada, aunque eso ya se esperaba. La Cuarta T aún no la ayuda, y eso no se esperaba. “Yo vi, la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cómo los policías de Iguala metieron al ayuntamiento unas 20 bolsas negras con cadáveres. Las descargaron de camionetas Pick Up que entraron en sentido contrario y se estacionaron frente al palacio. Yo estaba comprando medicinas en la Superfarmacia Leyva, que está enfrente de ese edificio, porque mi hijo se había enfermado. Después los policías se nos vinieron encima y escapamos de ahí”. Evelia Bahena es una de las luchadoras anti-mineras más efectivas e inteligentes de México, y su activismo es reconocido en todo el mundo. Pero no puede vivir en su casa, con su familia, ni tener un trabajo que le ayude a sostenerse. Ella fue criminalizada por la Media Luna y su vida cambió para siempre. Su vida se llenó de uranio, por decirlo de alguna manera.

Ella podría llenar libros con experiencias dolorosas e innecesarias

Se encarga de todo y se fija que su familia tenga lo necesario para que viva mejor. Un accidente la postró en cama dos años, pero las 37 fracturas que sufrió en todo su cuerpo no la inmovilizaron. Es editora y ha resuelto marañas imposibles con paciencia y a veces con palabrotas, siempre merecidas. De tanto en tanto no puede caminar bien porque las secuelas de su accidente le dejaron marcas físicas de todo tipo y sus piernas son, en alguna parte, un mapa de cirugías escrito por los huesos expuestos de aquel atropellamiento. Escribe, y lo hace con toda la potencia de su inteligencia, lo cual le llevó a editar novelas de García Márquez. Ahora, aquí en la mesa, corta un pastel de chocolate porque es su cumpleaños. Toda su vida ha tenido que defenderse de todo tipo de abusos porque a ella, por un extraño designio que se llama impunidad, la han arrollado hombres y mujeres. Ella podría llenar libros con experiencias dolorosas e innecesarias. Pero es tan poderosa que su familia no podría concebirse sin ella.

Las mujeres gritan “¡Infiltrados, infiltradas!”

El 8 de marzo de 2020 un contingente de mujeres llega a las puertas del palacio nacional, en el zócalo de la ciudad de México. La explanada es enorme y está parcialmente ocupada por estructuras metálicas usadas horas antes para conciertos públicos. Es el 8M, el día de la marcha de repudio contra la violencia sexual y los feminicidios en México y el mundo. Entre 80 mil y 100 mil personas marchan y se distribuyen por las calles del centro, aunque el objetivo sea llegar al zócalo. Mujeres policías resguardan las puertas del palacio mientras algunas jóvenes intentan desplegar una manta con consignas frente a ellas. Las mujeres gritan “¡Infiltrados, infiltradas!” porque mujeres de negro, encapuchadas y embozadas, lanzan objetos contra las policías. Entonces una bomba Molotov, o un petardo, como dicen otros, estalla contra el muro policial pero el fuego se esparce sobre las que están cerca. A una de ellas se le ha prendido el pantalón y se revuelca primero en el suelo y después corre tratando de apagarse. El grupo de protección callejera Marabunta la protege y ayuda, pero la acción sigue: más explosiones y algunas chicas le preguntan a otras si se encuentran bien, pero una explosión las sacude y la cámara que graba muestra todo. Se trata de una mujer de negro, embozada y encapuchada, que lanza objetos contra los policías. Carga una bolsa blanca de largos tirantes. Cuando se da cuenta que la han ubicado, trata de correr y en su huida manotea contra un hombre y contra otras mujeres, que reaccionan y entre todas la detienen. “¡Agárrenla, agárrenla, agárrenla!”. Y sí, entre todas la agarran. “¡Ella aventó los petardos, ella fue!”. La mujer detenida es robusta y blanca, no es morena ni usa lentes oscuros. En esa misma toma la mujer morena y de lentes, de pelo recogido en coleta que ha sido acusada en redes sociales como autora de los bombazos aparece algunos segundos, pero ella no es quien ha lanzado los explosivos. Y luego pasa algo extraño, porque a quien aventó los explosivos, que además ya está rodeada, la protegen las mujeres. No le quitan la capucha y por eso su rostro apenas se puede ver, pero su pelo es crespo, corto, de color dorado. Después llegan los del grupo Marabunta y la sacan de la escena, llevándosela lejos. Por la noche, un poco más tarde, el zócalo arderá porque la hoguera que encendieron las mujeres habrá prendido en muchos corazones.

Si alguien estaba en esa lista, no podría entrar a la escuela

La escuela preparatoria número 2 de la UAEMéx en Toluca estuvo a punto de entrar a paro la última semana porque, sobre todo las alumnas, señalaron públicamente a docentes y compañeros como abusadores sexuales. La respuesta de la directora, Monserrat Márquez Ramírez, ha sido la de amedrentar a los estudiantes organizados. El 10 de marzo de 2020 la administración anunció que se contaría con la presencia del abogado general de la universidad para atender las denuncias que se desearan presentar; sin embargo, a la entrada del plantel se les revisó, además de su credencial, que su nombre no apareciera en una supuesta lista, desde la cual se intimida a quienes han denunciado. Si alguien estaba en esa lista, no podía entrar a la escuela. Las víctimas, entonces, no pudieron entrar.

Allí fue golpeada hasta el desmayo y después su cráneo atravesado con un taladro A María Belén, de 12 años, no sólo la habían matado. Torturada primero, había muerto ejecutada, de manera muy parecida al asesinato de un tratante de drogas que tenía problemas con los jefes del negocio en la región. A los familiares les explicaron después que ella nunca había llegado a su casa, y que estuvo con algunos hombres, en un paraje. Allí fue golpeada hasta el desmayo y después su cráneo atravesado con un taladro. Para terminar, dejaron caer una roca sobre su cabeza. El 26 de mayo de 2014 una manifestación de al menos 200 personas tomó el centro de Tenancingo para exigir que la muerte de María Belén Bustos Jardón se castigara. No quedara impune, como dicen. Su cuerpo masacrado fue hallado en el callejón de Matamoros, atrás de un templo administrado por testigos de Jehová, a la entrada de Tenancingo. Ella, que se dedicaba a vender postres en el centro de esa ciudad, fue reportada como desaparecida el 13 de mayo de 2014. La policía dijo que había sido raptada y violada. Y respecto a su caso, eso fue todo.

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