13 enero, 2025

Migrantes FC, el club que viene de todas partes

Migrantes FC, el club que viene de todas partes

Miguel Alvarado

Toluca, México; 17 de agosto de 2019. Sin casa, pero con ella, con la familia a un lado pero también sin ella, porque México es un mejor lugar que el suyo, los migrantes andan por las carreteras en busca de algo que los detenga, que les marque el alto, incluso la muerte, que les persigue desde que comenzaron a caminar. Ahora los persigue más, desde que los canjearon por aranceles, por repatriación y militarización de las fronteras, desde Chiapas hasta San Ysidro, para dejar bien claro el tipo de diálogo que se entablará.

México no es mejor lugar que el suyo, en todo caso es más grande y más salvaje, donde hay más dinero porque hay cárteles para todos los delitos y las ciudades han crecido en la desmesura de lo irreal, de lo visible pero no de lo humano: un centro financiero, un centro histórico y alrededor los cinturones de miseria cuyos habitantes, al paso de los años, podrán pintar sus bardas y aplanar las paredes, tener un coche y una antena de cable, así como una escuela y centros comerciales siempre razonablemente a la medida de la zona. Los cinturones de miseria, las zonas cero, por llamarlas de alguna manera -guetos, favelas, ciudades perdidas por decirlo de otra- se integrarán a las polis y su alma grisácea de concreto y alucinante se perderá entre tantas otras marcas de la pobreza, que serán siempre imborrables y que se ven, aunque nadie lo quiera, porque son imposibles de quitar. Alrededor de esos anillos otros hongos crecerán porque es la ley y si se quebranta, entonces habrá repercusiones, como el asesinato de algún líder que no puede, que no quiere vivir como vive en su comunidad y quiere cambiarla.

Eso no se puede, y hasta el momento no se ha podido. 

Los que vienen a las ciudades grandes desde algún punto del país o de afuera, vienen engañados por esa sensación de movimiento que se confunde con hacer algo, incluso con progreso. Y también vienen huyendo, aunque los extranjeros no saben o no quieren enterarse que aquí desollan y dicen que aquí -el aquí, como si fuera un presente del que nadie puede zafarse- se mata, pero solo entre sicarios.

Entonces cómo te digo.

Cómo te digo de la firmeza de las gradas, del olor a madera, a la podredumbre por la humedad y cómo te cuento de lo lisos que son los tubos que las sostienen. Apenas caben unas 20 personas, apretujadas si no se organizan, pero todas sentadas y esto da la sensación de otro mundo, no del Primero o del Segundo, que muy pocos podrán vivir, sino un mundo de pasto y flores amarillas que se esfuerzan por crecer en la línea de meta, tan transparente que parece sumergida en el agua.

Aquella portería sin redes, cuyo fondo mide un kilómetro en el descampado de Las Torres, junto a la obra kilométrica del tren hacia México, no representan Centroamérica, no representan a ninguno de quienes se han dado cita aquí para jugar al futbol, pero son -cómo decirlo- la ausencia que uno siente al fallar un gol, sabiendo encima que no se cuenta con una casa.

Mientras, todos hablan despacio en esta ausencia de internet, en espera de que lleguen los goles.

II

Ya ha pasado un tiempo desde que el partido se jugó, y de la cantidad de cuero o plástico que masacró la puerta del Migrantes FC, un equipo que quién sabe cómo fue formado y que después, porque esa era la idea, terminó alineando a los hijos de los viajeros, a los niños que todavía no saben por qué están aquí, aunque se sientan a salvo. Este partido, este pasto de flores amarillas y cercas bajas de alambre no puede compararse con la idea de la migración en la escala de la FIFA, o lo que esa empresa propone. La necedad de vender la idea de hermandad al mundo, como la nación Coca-Cola que a punto estuvimos de ser, llevó a la FIFA a organizar puntualmente un partido entre los mejores, o por lo menos los más populares futbolistas y entonces se dedicó a juntar al imposible team del Resto del Mundo, que enfrentaba a cracks de Europa o América en batallas de exhibición como si se tratara de un entrenamiento de cara a alguna copa galáctica, la prehistoria de las superligas tal y como se juegan ahora.

Poco después del Mundial de España en 1982, el mítico Resto del Mundo aterrizó en Nueva York para medirse a las estrellas de la selección de Europa, que convocaba a Paolo Rossi y a Rummenigge como referentes comerciales. El Planeta FIFA daba la vuelta una vez más y sembraba la esperanza planetaria en el futbol como semilla de salvación entre quienes todavía creen que la pelota no se mancha. Pero en esa versión deslumbrante del Resto del Mundo había otro tipo de migrantes, viajantes millonarios que también tuvieron que superar sus adversidades, como Hugo Sánchez, el “indio” del Atlético de Madrid o el mismo Maradona, que comenzaba a pagar el precio de ser el mejor futbolista de la historia moderna y que sólo cayó bien en Europa cuando la Mafia le dio permiso al Nápoles para ficharlo. Algunos otros monstruos menores, tan migrantes como los otros, pisaban también la grama sintética del Giant Stadium y se daban la mano como si se conocieran lo suficiente. Desde 1982 y hoy, más que nunca, la migración se ha convertido en un punto de conflicto y el futbol también participa. Los futbolistas africanos, sobre todo ellos, recorren la ruta de la muerte que los lleva a atravesar el gran mar de arena asentado en Libia, el pequeño Sahara en el que Kadafi confiaba tanto como escudo contra los intentos de invasión yanqui. De ese desierto nadie sale con bien, pero no porque sea mortal, sino porque es parte de una frontera y en las fronteras del mundo las personas se desvanecen, desaparecen para siempre. Los ingenuos futbolistas, provenientes de todas partes desde aquel continente se dirigen primero a Francia, donde serán explotados antes de que alguno de ellos, uno entre 100 mil, alcance el estatus de superestrella. En ese juego donde la pelota se mancha de la podrida humanidad, están implicados los buscatalentos del Barcelona y del Paris Sait-Germain, que organizan paupérrimas academias en las aldeas negras, donde inicia el tráfico. Es normal. Todos quieren jugar en el Barcelona, ser como Drogba o Samuel Eto’o.

Pero en Toluca, desde el partido de los migrantes todo se ha juntado. Y todo significan también los muertos y desaparecidos, algunos buscados debajo del agua por sus familiares, como ocurrió el 16 de agosto, cuando el GPS del teléfono celular de Christian Ismael Escobar García, quien trabajaba para la fundación de rescate animal Recica, lo ubicó en el fondo del río Lerma. Usaron hasta lobos para encontrarlo pero al final el intento fracasó y mejor, porque todavía podría aparecer con vida. Ismael no es un migrante, pero padece lo mismo que ellos, la muerte por ausencia.

Este es el país de los muertos y los mexicanos no tienen derechos o voz, tampoco voto.

II

Entonces cruzan el Suchiate, esos que viven en las repúblicas bananeras, donde estaba la United Fruit Company, a la que también le decían El Pulpo, disuelta en 1970 después de sangrientas guerras y matanzas pagadas por ellos en Centroamérica, Colombia y Cuba, y que empujaron años después su disolución, aunque solo cambiaría de nombre y dueños, entre los que figuraba un tal George Bush, que la rebautizó con la ridícula nomenclatura de Chiquita Brands. Por lo menos dejó de guerrear, pero no de llevarse la fruta ni de explotar a los trabajadores. Menos de exigir exenciones de impuestos. La Chiquita es para Centroamérica lo que las mineras al resto de América Latina.

Ernesto Cardenal, una enigmática figura nicaragüense -quizá entendió mejor que otros que al final del final debería estar dios o lo que queda de dios acompañándonos, para disipar su miedo- retrató a la United en un sólido poema cuya vejez no ha logrado quitarle lo actual. Eso que él llamó Hora 0 ha cuarteado la piel y echado a perder las frutas que se roban porque ahí, susurrada con violencia, la United se pudre como los plátanos que dejó herrumbrar en trenes precámbricos antes de venderlos a precios bajos.

Y dice:

“…la United Fruit Company

con sus revoluciones para la obtención de concesiones

y exenciones de millones en impuestos de importaciones

y exportaciones, revisiones de viejas concesiones

y subvenciones para nuevas explotaciones,

violaciones de contratos, violaciones

de la Constitución…

Y todas las condiciones son dictadas por la Compañía

con las obligaciones en caso de confiscación

(obligaciones de la nación, no de la Compañía)

y las condiciones puestas por ésta (la Compañía)

para la devolución de las plantaciones a la nación

(dadas gratis por la nación a la Compañía)

a los 99 años…”. (https://genius.com/Ernesto-cardenal-hora-0-annotated)

Apenas un extracto, la Hora 0 de Cardenal es tan grande en extensión como Centroamérica y la United tan voraz como las transnacionales disfrazadas de grandes empresas, responsables socialmente, como todavía sucede en el México actual, que nos divide entre el Oxxo y Netflix y lo que somos en la vida real, una parte minúscula de casi nada, que viene siendo todavía peor porque ni siquiera servimos para estorbar.

Desde esos pueblos bananeros viene la migración. En Honduras, unos 400 dejan sus país diariamente y se van quedando, esparcidos, entre la distancia que hay desde sus lugares de origen hasta la frontera norte de México.

Es difícil contestar los señalamientos.

¿Los hondureños se van a quedar?

¿No se quieren ir?

¿Y ahora se van a quedar?

¿Qué esperaban que fuera México?

¿Por qué vienen a trabajar en los trabajos de los mexicanos?

Es difícil contestar porque en Toluca hay esquinas repletas, cruceros contracturados en donde los extranjeros piden ayuda o venden dulces, frutas, aguas, limpian vidrios.

Tienen razón los que dicen que invaden, porque esos son los trabajos de los mexicanos.

III

Carlo se acomoda los zapatos y pisa firme, como para asentarse en el terreno, un campo empastado cuyas enaguas de tierra no desaniman a nadie de los que van a jugar. Del otro lado del la cancha, el equipo rival calienta como si fueran profesionales. Eso es lo que de pronto hace que Carlo se detenga y los observe, pensando quién sabe qué, o quizá en alguien.

– Yo siempre me tomo el futbol muy en serio -dice entonces, mientras aprieta los dientes y se pone la casaca verde que alguien le ha conseguido. Abajo tiene una camiseta casi patibularia y quizá por eso la casaca le sienta mejor, porque en México nadie se pondría una playera de La Piedad porque es un equipo que ya no existe y también porque esa combinación, azul y oro, a la piel de un michoacano no le queda bien.

A Carlo, que es de Honduras, le pasa lo mismo.

Viene desde allá y pasó por México para irse a Estados Unidos, como es la idea de casi todos. Él sí pudo pasar pero por algo se regresó y entonces se quedó en León, donde vive hace nueve años. Y va y viene a Metepec y luego a León y luego a otros lados. Y dice que está fácil vivir aquí, porque es cuestión de pensarle, de ir juntando para una casa de Infonavit, para que después se pueda rentar y así empezar a tener algo.

– Pero ni en México ni en Estados Unidos se puede hacer nada si tu familia no está unida, no te apoya -dice, mientras termina de ponerse los zapatos. Toca el balón y mira a la grada, una pequeña escalera que ocupan los hinchas hondureños que han venido a apoyar al Migrantes FC en su debut, en un partido amistoso que alguien consiguió incluso sin pensar lo que estaba haciendo porque el rival se llama Dream Soccer. Dos horas antes, los migrantes han comido arroz con frijoles negros y longaniza, así como agua de Jamaica y parece que ya están a tono.

– No tenemos nada -decía entonces Armando Vilchis, un hombre que ha dedicado su vida a los migrantes y ha podido instalar un albergue de paso en Metepec, a una cuadra de la avenida Clouthier. Le puso por nombre Hermanos en el Camino con sobrada razón. El espacio se trata, en realidad, de un taller mecánico en el que ha instalado barracas con literas para quienes acuden ahí. Y es que siempre está lleno, y ahora más de 40 personas están ahí y ocupan todo, incluso la vieja Combi que adaptaron ya como dormitorio. A principios de este año acudió a la Dirección de Estrategias para la Atención a los Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación y encontró que la dirigía Félix Santana, un toluqueño que de inmediato le tendió la mano y adoptó al albergue como su proyecto personal. Por lo menos eso dijo cuando Armando Vilchis se entrevistó con él.

– Después no pasó nada, aunque todo suma, incluso las palabras -dice Vilchis, quien reconoce que el tema migrante, en los hecho y en lo que a él respecta, no ha sido tratado de manera adecuada. 

Eso dice mientras la enorme olla de comida humea y los que llegan se sirven.

Hoy hay futbol y eso lo cambia todo, incluso el hecho de que Metepec, el municipio en donde está el refugio, le haya negado cualquier tipo de ayuda.

Ni una bolsa de frijoles le dio.

Ni servilletas.

Y por eso el futbol es más importante que las palabras porque por dos horas logrará más que las promesas de Morena o de cualquiera de nosotros, que somos tan despalabrados como los funcionarios públicos.

IV

El partido empieza y a Carlo le dan la encomienda de la media cancha, la máxima responsabilidad de la contención cuya geografía se pierde entre la defensa central y el eje del ataque. El Migrantes está tenso, pues los futbolistas se conocen en los caminos y las fronteras ya pasadas, pero no en el campo y la esmeralda enjoyada del césped no permite que el balón ruede como debe ser, sino que se constituye en un obstáculo donde las piernas se atoran debido a que así es el futbol.

A México le duele todo, pero lo que más le duele es perder un partido y por eso manda a sus mejores hombres. Atrás de la grada casi podrida de madera hay una cerca y es inevitable que uno la compare con divisiones más mortíferas. Y lo que son las cosas cuando el destino de algunos es traspasar, porque algunos que han llegado tarde al juego han decidido brincarse esa cerca apenas pequeña, pero que ilustra, muy al estilo de Metepec, lo que significa: los niños y las mujeres se saltan y por un instante todos quisieran estar de verdad en el norte, más allá de Toluca y su pequeño Metepec.

Cómo puede uno reír si hay una cerca.

Carlo observa desde lejos, desde el naufragio en que se ha convertido la mitad del campo para el Migrantes, que ha sido acorralado por la mejor técnica de los mexicanos. De todas maneras, han tenido que pasar 20 minutos para que los locales hagan el primer gol.

Y entonces sí, todo se va al diablo.

Los seis goles restantes son inobjetables y el único gol del Migrantes no ayuda en nada para aliviar la tristeza. Es el debut y aunque al final hay un apretón de manos, nadie quería perder, y menos en Metepec, donde todo sabe a barro.

Siete a uno, porque eso es lo que es.

Uno tiene su casa en donde está su familia, pero a veces eso no es verdad. Uno tiene su casa en donde pasa la noche, en donde come, en donde trabaja, en donde le toca estar. Uno tiene su casa debajo de un puente o en la colonia más exclusiva. Uno debería tener una residencia fija y no representar moneda de cambio para gobierno alguno, y no debería ser perseguido por militares ni tampoco necesitar de ayuda para sobrevivir. Uno tiene su casa, pero a veces la casa está vacía y lejos, demasiado para los pies de uno. �����͵����

Cuéntaselo a todos

Noticias relacionadas

Suscríbete a nuestro boletín de noticias