16 enero, 2025

Las últimas horas de Ignacia: seria, silenciosa, discreta

Las últimas horas de Ignacia: seria, silenciosa, discreta

Stella Cuéllar; texto. Karen Colín: diseño. Miguel Alvarado: imagen.

Autopan, México; 11 de febrero de 2023

La semana pasada falleció doña Ignacia, esposa de don Demetrio. Son nuestros vecinos de enfrente. Son campesinos, siembran maíz y viven de su tierra. La señora se puso mal, era diabética, pero no se cuidaba bien. ¿Cómo hacerlo cuando hay tantas carencias, cuando todo falta? Le subió el azúcar muchísimo, y al verla mal sus hijas, nueras y vecinas le dieron un jugo, porque eso fue lo que se les ocurrió, y porque era lo que tenían a mano. Entró en coma más tarde.

Llamaron a la ambulancia, que tardó horas en llegar, tantas, que unos vecinos se acomidieron para trasladar al hospital a la enferma de 73 años, con apariencia de muchos más. En la esquina se toparon con la ambulancia, que por fin llegaba. Los paramédicos apenas y la revisaron y no aceptaron llevársela porque “ya no tenía signos”, y la regresaron a su casa, pero lo cierto es que Ignacia aún no estaba muerta. Agonizaba, eso sí.

Una nuera le vino a pedir al doctor Alvarado, que vive aquí enfrente, que la revisara, porque aún la sentían blandita. Yo abrí la puerta y así exacto me dijo. Y el doctor acudió al llamado.

La revisó y apenas tenía signos vitales. Ya estaba inconsciente, en agonía silenciosa. Con paciencia y afecto les explicó la situación: les dijo que estaba ya en sus últimos momentos, que no tenía caso moverla ni lastimarla o someterla quizá a una intubación. Era mejor arroparla, acompañarla, darle amor, despedirla. Y así lo hicieron.

Todos querían que ocurriera un milagro, pero éste no iba a llegar.

Tardó unas horas más en morir, pero finalmente Ignacia se fue, así como era: seria, silenciosa, discreta, un poco dura, dicen los que la trataron más.


Ella, su cuerpo, siguió un rato más en su casa, porque según la costumbre del pueblo, su hermana debe venir a vestirla y arreglarla. Ya luego verían lo del certificado y lo del panteón.

Las tradiciones marcan un orden y un modo de proceder en estos casos, que a uno puede parecerle inentendible, pero se deben respetar siempre.

El esposo está desolado. Espero que la muerte de doña Ignacia no los precipite en otras cosas, como en la bebida, por ejemplo… pero es una esperanza un tanto absurda, porque de qué otra manera podrán sacar o lidiar con esta pena si el alcohol los acompaña siempre, haya motivo o no, y siempre lo hay en esta marginación.

Hay tristeza en la calle porque todos aquí se conocen, se respetan y se cuidan.

Las amigas de Coco, el can callejero que vive en este tramo donde estamos, son las perritas de Ignacia. Así que hoy, como siempre, pero con más ganas, salí a alimentar a mi Club de la Desgracia. La Negra, Oli y Mami van a extrañar a la señora porque al menos ella les daba tortillas para comer.

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