Toluca, México; 11 de diciembre de 2019. Sus manos. Sus largos brazos pálidos y delgados los deja correr por el costado de su cuerpo. Su cuerpo. Sus piernas dobladas sobre ellas que no dejan de temblar, que le estorban y le impiden estar quieto, un rigor casi de muerte que se le sube hasta la cara. Su rostro, casi epiléptico al principio se tranquilizará después, conforme todo avance y las voces de los fiscales, el martillazo del juez, lo vinculen a proceso por el feminicidio de Jessica Guadalupe Orihuela. Sus gestos. La boca torcida que algo dice, que murmura algo que sólo él sabe lo que significa y que lo obliga a mirar de lado como si amenazara a quien tiene enfrente como un perro y su gruñido. Su pelo negro, que sólo le crece arriba, lo hace verse más agudo, como si todo terminara en esa cabeza que hace imaginar un misil, puntiaguda aunque no lo sea, hueca aunque no es verdad, llana, sin protuberancias, como si ahí no naciera nada, por lo menos nada digno de engendrar, de ser articulado aunque él sea uno de los resultados de la sociedad en la que vivimos. Se trata de la cabeza de alguien convencido de que su destino era ser asesino serial y que ahora espera a que el público se siente en los 50 lugares disponibles que ofrece la Sala Dos de los Juzgados de Control y de Juicios Orales del Distrito Judicial de Toluca.
Tenso, como se estira el sonido de una alarma, se encuentra el detenido y no hay nada que conmueva en Óscar García Guzmán, excepto las víctimas que dejó desde 2006 cuando, dice él mismo, comenzó matando y descuartizando a su padre biológico, a quien enterró en la cochera de su casa, al aire libre, ejecutando el trabajo a la vista de vecinos y curiosos, quienes no se atrevieron a denunciarlo, o no supieron qué hacer. Todavía en noviembre la Fiscalía y trabajadores del ayuntamiento rascaron en esa cochera y se llevaron algunas bolsas que nadie vio lo que contenían.
En la Sala Dos el Monstruo de Toluca masajea sus piernas, sus rodillas y trata de acomodarse en la silla giratoria habilitada para él en el cuarto acristalado que ocupan los señalados. Su ropa, de un tono azul rey como el uniforme que usan quienes van a ser investigados, una playera de manga corta y pants grises con franjas blancas, le queda a la medida y hace que sea vea casual, como dicen en la calle, excepto cuando sonríe porque entonces uno sabe que hay una ausencia que tiene que ver con la humanidad, con el alma, digámoslo así.
Óscar García Guzmán sonríe y su mueca de monstruo borra la cara de niño, oculta su cuerpo adolescente por algunos momentos y lo invisibiliza, lo vuelve casi nada, una partícula de polvo que no halla reposo ni siquiera porque su barba de candado, que le crece por debajo de la barbilla, está recién afeitada, retocada con el esmero de quien ha sido invitado a una reunión social.
Al frente de la Sala II está el juez, cuyo nombre está reservado para las publicaciones periodísticas. Enfrente de él, a la izquierda, tres fiscales serán los que expongan las razones por las cuales el Monstruo de Toluca debe ser investigado. A la derecha se ubica Nancy Ivonne Carbajal, la abogada defensora de Oficio que el asesino tiene asignada para dirimir el expediente 1547-19 por el feminicidio de Jessica Guadalupe Jaramillo Orihuela. La abogada está encogida porque a nadie le gusta defender lo indefendible, y menos gratis. Entonces hablará poco y rápido cuando sea su turno.
– Buenas tardes -dice el juez a las 13:30, mientras los asistentes se levantan, en señal de respeto, en un país, en una ciudad, en un entorno en donde suceden cosas increíbles, que a nadie sorprenden como las diez mujeres asesinadas cada mes en el Estado de México. Ese “buenas tardes” lo contestará también el Monstruo casi como una burla, a quien el juez llamará “señor Óscar” en adelante.
– Buenas tardes – dice el Monstruo, agachándose para alcanzar el micrófono que le corresponde y que emite su voz, apenas audible, que no tiene nada de niña, de párvula, de frágil.
Buenas tardes, entonces.
II
A Óscar Guzmán García se le acusará de seis homicidios, según el fiscal Alejandro Sánchez, del Estado de México, quien dice que está terminando de integrar las carpetas para obtener otras seis más en las que su considera “el homicidio de su propio padre, y otra muchacha, así como del padre de esa muchacha”. Hay una averiguación fechada en el 2010 que, dice, ya encontraron en sus archivos y será reactivada.
No se va, no se va impune, dice.
No, no se irá porque el Monstruo apenas se llama Óscar García Guzmán. Aunque su pasado apenas se deja entrever, hay cosas que llaman la atención: la violencia que ejercía contra su madre, a quien amenazó para que pagara el cuarto que alquilaba en la ciudad de México el tiempo que duró su fuga. Alguna vez quiso enrolarse en el ejército. Tiene un hermano y una hermana y su familia, dedicada a las manualidades y a la venta de muebles, es dueña de tres casas, dos ubicadas en Huixquilucan y una en Toluca. Eso, además de las historias que el mismo asesino se encargó de narrar en sus redes sociales, con los detalles de por lo menos dos de sus homicidios, lo van dibujando.
La defensa del Monstruo es débil y casi puede asegurarse que así será durante los procesos que enfrente. Lo será porque, además, se ha burlado de la Fiscalía y de la policía que lo buscaba. “¿Les hago un mapa?”, les dijo una vez, refiriéndose a la imposibilidad de encontrarlo.
El punto que usa la abogada defensora es que nadie vio al Monstruo hacer lo que hizo, aunque la respuesta de los fiscales no deja lugar a ninguna duda:
- No existe duda del feminicidio cometido.
- Hubo una relación sentimental.
- El imputado dijo que conocía a la víctima hacía 5 ó 6 meses.
- Declaró ante la Fiscalía que eran amigos con derechos, aunque un hermano de la víctima dijo que eran novios.
- Se acredita que Jessica fue incomunicada.
Entonces la defensa dice que se verifique lo que se ha dicho y hasta el final de la comparecencia guarda silencio porque no tiene nada que decir.
III
Los dedos de ella se enlazan y entre ellos hay un pañuelo, un kleenex arrugado que ha apretado desde que entró a la Sala y se sentó. Llegó tarde y todo su cuerpo tiembla. O vibra, como si las palabras de una y otra parte se las dijeran a ella, una mujer mayor, de unos 65 años, que tiene la piel muy morena, el pelo pintado de café y no llora, aguantándose, quién sabe cómo. En sus brazos acuna una bolsa negra donde guarda, pueden verse, actas de nacimiento y otros documentos que protege con micas de plástico que no impiden que se doblen. Entonces su mirada se cruza con la del Monstruo, que ya se ha tranquilizado y por lo menos se encuentra quieto, no del todo, pero ya no se retuerce. El contenido de la Carpeta 1547-19 se le vendrá encima a García Guzmán, leída por el juez, que le dice “señor Óscar, voy a resolver su situación legar, espero ser claro”.
Entonces las miradas de la mujer del pelo pintado de café y del asesino se cruzan. Ella ha comenzado a toser y no puede controlarse, y eso ha terminado por llamar la atención. Por eso, él ha volteado y la ha visto, y a cambio le ha devuelto un rictus. Ella cierra los ojos. La madre del Monstruo es uno de los testigos protegidos de la Fiscalía y tendrá que guardar anonimato, aunque se sabe que se llama Alfonsina Guzmán y no se trate de la mujer sentada en la Sala Dos, aunque se le parece mucho.
Qué difícil ser la madre del Monstruo, pero todavía más duro ha sido ser una de sus víctimas. Él mismo, Óscar García Guzmán, ha sido considerado en peligro por las autoridades, que la noche del 10 de diciembre lo trasladaron al penal de Tenango por motivos de seguridad.
El 29 de octubre de 2019 se emitió una orden de cateo para entrar a la casa del asesino. Ahí había tres cuerpos: uno, el de Jessica, tirado en posición de cúbito en el baño de la planta alta, con huellas de asfixia mecánica por ahorcamiento. Los otros dos, enterrados debajo de las casas donde vivían las mascotas de Guzmán. De Jessica se detalla las heridas, que dan idea de la brutalidad con la que fue sometida: un surco en el cuello de 31 centímetros de largo y 3 centímetros de profundidad. Equimosis, hematomas, golpes, pues, de 2 por 2; de uno por uno; de 4 por 3, de 7 por 5. Escoriaciones. Un corte en el abdomen. Ella, quien vestía al momento de morir un pantalón azul de mezclilla, una blusa rosa y una chamarra negra, cayó mirando al poniente, y para ese momento su mirada ya no buscaba nada.
El juez termina de leer, después de 45 minutos, un expediente que se irá engrosando y que al final, si es que hay un final, ocupará el espacio de varios metros. Entonces le dicta al Monstruo acto de formal vinculación a proceso por feminicidio en agravio.
Nadie dice nada pero Óscar García Guzmán, antes de que la Sala sea desalojada por motivos que nadie entiende, voltea al público, hacia donde está la mujer, para verla fijamente.
Una vez más, la mueca del Monstruo desgarra.