7 diciembre, 2024

La mirada de Lewandowski es de infinita tristeza

La mirada de Lewandowski es de infinita tristeza

Brenda Cano: diseño. Miguel Alvarado: texto.

Ciudad de México; 22 de noviembre de 2022

Los aficionados tiemblan y se les enchina la piel cuando se entona el himno nacional en el estadio 974, un elefante multicolor construido con contenedores industriales ensamblados para darles forma. A las 10:16 en México a nadie le importa que el 974 sea un ingenio digno de replicar para resolver los problemas habitacionales del país y combatir de alguna manera la necesidad imperiosa de contar con vivienda propia. Nadie quiere saber que fue construido por el estudio español Fenwick Iribarren Architects y se llama así porque lo forman 974 contenedores, que rinden homenaje al proceso de industrialización de Qatar, un emirato que combina lo peor de la humanidad con portentos tecnológicos para disfrute de unos cuantos. Es un lego gigante, dicen en medios acerca del estadio. Una vez más, se demuestra que el futbol es una de las herramientas distractoras más poderosas. Y aquí estamos, parados en Toluca, Estado de México, frente a una pantalla gigante instalada en la Alameda central, sosteniendo nerviosamente las tortas de tamal o guajolotas, porque todavía es temprano y hace falta algo para el estómago vacío.

A la hora de las brujas la selección argentina ha salido a la cancha del estadio Lusail, otro portento tecnológico que al término del Mundial no tendrá mayor uso que algunos partidos y estará condenado a muerte. En Qatar eso no importa porque si algo sobra son vidas y dinero y quizá más adelante la familia real que gobierna ese emirato pueda comprarse alguna edición de Juegos Olímpicos. Por eso, a esta hora de panteón y sepultura que son las 4 de la mañana sólo los fanáticos se han despertado para ver a Lionel Messi cumpliendo su quinta Copa del Mundo.

En Argentina el futbol es un vértigo que atraviesa la espina dorsal y Arabia se ha encargado de quebrarla porque ha derrotado a la orgullosa escuadra del mejor del mundo. Dos a uno fue el resultado final y Messi se ha dado cuenta que no es lo mismo jugar contra Arabia en tierra de árabes. La apuesta de los dueños de Qatar no es por su selección, sino por la de sus hermanos mayores. ¿Qué no era obvio?

Esto, a todos los que quieren y a todos los que aman el futbol, como decía el cronista Ángel Fernández hace 45 años, es el partido mundialista entre México y Polonia, el 22 de noviembre de 2022.

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Eran demasiado jóvenes pero no jugaban mal. Ese día salieron a la cancha con más ansias que miedo. Este último lo guardarían todo para el partido contra Alemania, en ese entonces campeona del mundo. Esa tarde salieron de verde, y la suya era una camiseta lisa del color del pasto que decía Levi’s en el lado derecho del pecho y que era maravillosa porque representaba la libertad en una época en la que a nadie le importaba vender playeras.

Leonardo Cuéllar había sido elegido como el modelo de una campaña de esa compañía en México y eso había acercado a los fabricantes de pantalones de mezclilla más famosos del mundo a la selección. Puso una oferta que superaba las de Adidas y Puma y se quedó con el contrato. Su menudo escudo rojo con el nombre de los pantalones era único y maravillaba, pero no alcanzó para mucho la tarde del 10 de junio de 1978 en el estadio Gigante de Arroyito, ineludiblemente ligado al equipo de Rosario Central de Argentina y que está a punto ahora de cumplir 100 años.

El rival de México era Polonia y no era un equipo cualquiera. Fabricado en la dura fragua del comunismo y de las enseñanzas soviéticas de lo que significa competir sin recursos, el equipo nacional se había convertido en un estandarte mundialmente reconocido que no se sabía bien a bien lo que significaba, aunque se acercaba mucho a lo que Levi´s quería decir con su playera verde.


Los polacos ya habían dado lecciones de sobrevivencia durante la invasión nazi y los años de opresión soviética, y en el futbol no era distinto.

Ya en Wembley habían dejado en 1973 fuera del Mundial de Alemania a la pérfida Inglaterra de Peter Shilton y habían conquistado el tercer lugar con todo merecimiento. Aquel clasificatorio de Wembley fue un partido que catapultó a los polacos a la primera esfera del futbol internacional y dio a conocer a Lato, a Deyna, a Tomasevsky y a Gorgon, entre otros, como parte de una generación irrepetible que además abrió las puertas del país al occidente y le reveló lo malo y lo peor del mundo a una nación que siempre se opuso a la intromisión de cualquiera.

El futbol para Polonia no era una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante que eso. Para México representaba la oportunidad de comenzar un ciclo con jóvenes como Hugo Sánchez o Cristóbal Ortega, y que por fin se pudiera crear un modelo deportivo de alta competencia. Lo que pasó en Arroyito detuvo para México cualquier opción de desarrollo futbolístico porque Polonia le encajó tres goles y los futbolistas fueron acuchillados a su regreso al país, abandonados con todo el futuro por delante. Boniek y Deyna sepultaron las ansias de los chicos de las preciosas playeras de Levi’s por años, y los mexicanos prefirieron amenazar de muerte a su equipo que ponerse a reflexionar lo que en verdad significa el futbol.

El futbol va de la mano con los aspectos sociales y económicos de México, que apenas salía del estupor que había dejado la matanza de estudiantes en 1978, que por un lado inauguraba más de 20 años de represión y guerra sucia y por otro le abría las puertas a un periodo de falsa prosperidad petrolera y extractivista que dejó al país en ruinas y que aún no ha terminado.

Así, con las amenazas a cuestas, algunos jugadores como el propio Leonardo Cuéllar vivieron por meses con policías instalados en sus casas, a los que además tenían que darles de comer. Cuéllar decidió que para él era suficiente y en cuanto pudo se fue a Estados Unidos para enrolarse con el San Diego Sockers, que jugaba en una liga que tenía a Johann Cruyff, a Pelé y a Beckenbauer como sus dioses pamboleros, que dieron forma a equipos casi legendarios como el Cosmos de Nueva York y el Aztecas de Los Ángeles.

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El pase de Robert Lewandowski costó al Barcelona 50 millones de euros para que juegue con ellos por cuatro años. Lewandowski ha cumplido uno de sus sueños más caros, porque además, por meter la pelota contra los equipos de la liga más dispareja del mundo, se llevará 52 millones de euros, lo cual quiere decir que el centro delantero polaco tendrá en sus cuentas mil 700 millones de pesos, que equivalen al presupuesto del cuerpo de Bomberos de Toluca por 10 años, o alcanza para pagar la mitad de las deudas del ayuntamiento de Toluca y para que Emilio Lozoya se ponga a mano con la justicia mexicana.

Lewandoswki no es ningún improvisado con sus finanzas. Ha levantado un imperio de negocios e inversiones asesorado por su esposa, la karateca profesional Anna Stachurska, que no da pasos en falso cuando se trata de dinero. Gracias a su intachable carrera, dicen medios como Forbes, el futbolista puede presumir una fortuna de 85 millones de dólares.

Perdido en un mundo al que sólo personas como él pueden entrar, Lewandowski trota en el campo del estadio 974, casi suspendido en el aire mientras observa desde un olimpo espiritual que sólo el dinero y las “intachables carreras” pueden permitir, a los 10 que le acompañan en la selección de Polonia, y que hacen todo el trabajo sucio, como si ese equipo se estructurar desde un sistema económico de castas.

Más adelante, el supermillonario centro-delantero tomará la pelota y la acomodará en el manchón de penalty, en el área mexicana. El sistema de video que le ha matado al futbol la mitad de su esencia, ha indicado una falta del defensor Héctor Moreno.

Instalado en su olimpo de ensueño, Lewandoswski dispara. A México se le para el corazón.

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Aquel junio de 1978 en el estadio Gigantes de Arroyito, México no jugó mal pero hasta eso obró en contra de la selección, a la que de inmediato se le calificó como la peor en la historia nacional. “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”, sentenció la afición acerca de aquella aventura argentina que terminó con un 6 a 1 en contra, en el juego contra Alemania Federal, y un 3 a 1 lapidario contra Túnez, cuyos seleccionados jugaban en Francia y de eso nadie le había avisado a la delegación. Así que aquel pronóstico de “le ganamos a Túnez, empatamos con Polonia y perdemos con Alemania” no sólo se fue al diablo, sino que se llevó a todo un país harto de ser lo que era. Hoy, este México es muy parecido al de 1978, con una diferencia. La playera nacional no es Levi’s. Esta vez, en el estrambótico Mundial de Qatar se ha dicho hasta el cansancio que “le ganamos a Arabia, le empatamos a Polonia y perdemos con Argentina”.

Órales.

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Héctor Moreno es hijo putativo de Rafael Márquez, un defensa central de época que cargaba casi él solo con las selecciones mundialistas. Márquez aprendió a jugar con el equipo mexicano cuando le tocó marcar a delanteros como el holandés Robben o el brasileño Neymar. Le pusieron como habitual compañero a Moreno, un ex campeón mundial infantil que lo ganó todo en Perú, en aquel dorado 2005 y que después se fue a Europa para jugar en Holanda, España, Italia y al final en Catar, con el Al Garafa.

Ahora ha barrido a Lewandoswski en el área de México. Lo ha abrazado y lo ha tumbado. La estrella polaca del Barcelona ha caído aparatosamente y el portero Ochoa termina por aplastarlo. El juego sigue, sin embargo, y los mexicanos recuperan el balón. En la televisión insisten en que el árbitro marcará penalty y parece que sus dichos son además oraculares. “¡Veamos la repetición!”, dicen los cronistas y en cuanto la ven desencantan a todo un país. A veces, las repeticiones deberían estar prohibidas.

El juego se ha detenido, y como en una novela de amor, se va tejiendo la historia de una desgracia pues el árbitro va a consultar el VAR mientras los mexicanos tiemblan. Esa es la historia sin fin que sucede todos los días en este país y que tiene que ver con lo que se percibe como la injusticia.

Entonces, el árbitro australiano Chris Beath señala el penalty y ante eso no hay nada que hacer. Ha amonestado al defensor Moreno y dribla elegantemente las protestas mexicanas, que tampoco son muchas. Acá, a 10 mil kilómetros del centro del mundo, la vida se amarga como un limón de taquería.

Lewandowski toma el balón y lo coloca en el manchón, como lo ha hecho decenas de veces en el Bayer Munich y con su selección. Pero ahora es diferente y le falta el aire porque una Copa del Mundo es diferente, y siempre será un escenario que hunda, como le pasó a Zico y a Michel Platiní en 1986, o encumbre, como sucedió con el capocannoniere de 1990, el italiano Schillaci, quien vivió todo lo que tenía que vivir en apenas un mes y luego se apagó tan salvajemente como se había encendido.


Lewandoswki toma aire y ya se sabe que se siente inseguro, que tirar el penal no le resulta fácil. Puede decir que no lo hará y nadie le diría nada, pero es el jefe del equipo, el capitán inmaculado que ha seguido las reglas toda su vida, que asume los retos y le gusta competir. Así que una vez más, toma aire como el ahogado que ya es y dispara.

Enfrente está Guillermo Ochoa, que hoy pasa a la historia de la FIFA porque disputa su quinto campeonato mundial. Ha sido criticado porque la afición mexicana lo considera demasiado viejo para un torneo así, y sigue con lupa cada una de sus jugadas. El último año lo han recriminado hasta el cansancio y que juegue en el América no lo ayuda demasiado. Ya no recuerdan al Ochoa que atajó todo contra Brasil en 2014, cuando hasta un mural le pintaron por una atajada imposible ahora exigen su retiro, que cuelgue los guantes, que acepte que sus 37 años ya no le alcanzan ni para el torneo doméstico. Dino Zoff, el arquero italiano en el Mundial de 1982 tenía 42 años y fue campeón del mundo, sólo por recordar a un veterano. Como Zoff no ha habido nadie más, pero Ochoa tiene lo suyo. Ha salido vestido de azul y porta uno de los uniformes más bonitos que han lucido los porteros en Qatar. A comienzo del partido se ve seguro, se ha ubicado correctamente y su estado emocional contagia a la defensa mexicana, que debe estar a la altura de un torneo como éste.

Todo el aire del estadio 974 se le mete a Lewandoski a los pulmones y lo llena con los paisajes a la bahía y al mar de Arabia, a los inauditos edificios de ultramoderna arquitectura que se enraízan con el cielo iluminado en este mundo de artificio. Entonces el delantero de ensueño, el mejor del mundo después de Messi y de Cristiano Ronaldo, toma carrera y sus piernas describen un arco anómalo y absurdo que lo único que hace es retrasarle la carrera, quitarle el impulso. Parece que ha tomado el camino más largo hacia el balón y eso quiere decir que no quiere golpearlo, pero ya es tarde y ahora, con mil millones viéndolo en todo tipo de plataformas, tiene que hacerlo.

La mirada de Lewandowski es de infinita tristeza, como si supiera que para él hoy se acaba el mundo. Entonces, exhalando ese aire que ha tomado, Lewandoswki tira abajo y a la izquierda, justo como uno quisiera que fueran las cosas en México. Y Ochoa, el veterano de los 37 años y los guantes inseguros, se lanza y detiene el disparo. En México, lo que hace Ochoa arranca un grito que mucho tiene de alivio y que equivale a que la jornada de trabajo sea este martes más llevadera y las angustias, por insalvables que sean, se aflojen un poco.

Equivale a no morir de nada.

No, no cambiará el país ni el gobierno se convertirá en lo que prometió ser. Tampoco cesarán los feminicidios y los abusadores seguirán siéndolo. No habrá espacio para la justicia, cualquiera que eso sea, pero ese respiro, ese aire que exhaló Lewandowski al pegarle al balón y la mano de Ochoa deteniéndolo quiere decir que se ha conseguido algo imposible.

Al final el resultado será de un empate a cero goles, que dará a los contendientes un punto a cada uno y la posibilidad de avanzar en la Copa de Qatar 2022.

Me pregunto cuándo atajaremos un penal los millones de mexicanos que todos los días trabajamos intachable, incansablemente, como lo hace Robert Lewandoski, por 4 mil pesos a la quincena.

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