24 enero, 2025

El monstruo-concreto

Carla Valdespino Vargas

Un riachuelo corría por las orillas de la colonia donde transcurrieron mis primeros seis años de vida. Marcaba el límite de mi mundo. Su olor y su susurro bordaron la primera frontera que crucé montada en un triciclo Apache verdeblanco. La garita era la bomba de agua y su color era del atardecer murmurando los secretos de un futuro que parecía imposible. El maíz creciendo del otro lado del pequeño riachuelo doraba las grandes aventuras sobre mi vehículo de tres ruedas.

Las líneas de alta tensión dibujaban el pentagrama de luz en el cielo; el continuo tstststststststs acompañaba el silencio de un espacio inhabitado, algunos plantíos crecían a la par de una ciudad tranquila donde no-pasaba-nada, una ciudad que poco a poco fue probando la modernización, pero cuyo sabor nunca ha logrado definir.

Todo sucedió tan a cuenta gotas, que la rapidez de los días se llevaron el riachuelo y el maíz, solo continuó el tststststststs ahora imperceptible por el incansable pasar de autos sobre la Avenida Solidaridad Las Torres, ejemplo claro de que México había logrado ser un país de primer mundo gracias al salinismo. 

Un poco de maquillaje, ¿a quién le va mal? Un país cuya mitad de habitantes abrazan la pobreza extrema necesitan… claro, un tren inter-urbano.

Y así, en la carrera por dejar la periferia del mundo y rozar la primera línea del centro, en 2014 se anunció que el tren más rápido de América Latina (160km/h) correría a lo largo de la Avenida Solidaridad Las Torres, pasaría por la Marqueza -lo siento, tuvimos que talar cientos de árboles en pro de la modernidad-, llegaría a Cuajimalpa, cruzaría San Fe y aterrizaría en Observatorio.

Tres años serían suficientes para probar las mieles de la velocidad hacia el Gran Chilango, el alter ego de la Ciudad de México en la novela Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera.

2019, cinco años después la velocidad se encuentra estática, atrapada en un elefante blanco, un monstruo-concreto que se yergue cual columna vertebral rota de la Modernidad que de cerca huele a basura y mierda, mientras la gente vive-trabaja en la pobreza a la sombra de las ballenas. 

PASOS

Para llegar a mi trabajo, circulo por Las Torres. El triciclo verdeblanco ha quedado atrás y hoy, sobre mi vocho grislila soy testigo del lento crecimiento de tren inter-urbano, desde ahí, es imposible escuchar el continuo tststststststststststststs de las torres de alta tensión; desde ahí es imposible percibir los detalles que constituyen el paisaje alrededordebajo del Tren-Interurbano. ¿Por qué sigo empeñada en llamarlo así cuando en realidad es sólo un monstruo-concreto modificando el espacio?

Decido caminar bajo las ballenas, enfrentarme a las pilas y zapatas: me encuentro con varillas olvidadas, esqueletos de trabes construyendo una naturaleza. Me tropiezo con un tiempo en pausa. 

El paisaje que se presenta ante mis ojos, el olor que lo acompaña trae a mi mente las palabras de David Harvey cuando reflexiona sobre la libertad en la ciudad: “Los seres humanos tenemos derecho a la ciudad, derecho que va más allá de poseer el acceso a aquello existente; es el derecho a cambiar la ciudad siguiendo nuestros más profundos deseos, debemos pensar en la manera en que hemos sido hechos y deshechos a lo largo de la historia por un proceso urbano”, entonces me pregunto cuál es el proceso que originó a una Toluca pasmada, en qué momento renunciamos al derecho de la belleza urbana, quizá y sólo quizá sea gracias al famoso dicho que reza “Lo mejor de Toluca es irse” ¿Seguimos siendo acaso una ciudad de paso y por ello no nos hemos enraizado en nuestro del rincón del mundo?

El continuo tstststststststststs me regresa a mi caminata, a ese desvelar lugares y encontrar la otredad en el espacio. En este andar de diez kilómetros son pocas las personas a quienes descubro: un hombre cosechando flores de calabaza; otro, cegando cebada; un joven sentado sobre una piedra, a quien volví a ver un par de ocasiones en mi paso hacia el trabajo. Vendedores ambulantes que aprovechan la sombra proyectada del monstruo-concreto. El talachero que ya no tiene trabajo porque las llantas de los autobuses ya tienen otra tecnología y ahora solo sale a sentarse en la banqueta a ver pasar los autos a toda velocidad. 

En el límite entre Toluca y Metepec, debajo de las torres de alta tensión y con el monstruo-concreto, como guardián, vive una familia. La mujer lavaba unos pantalones de mezclilla en una tina. Se muestra desconfiada ante mi intento de plática. 

¿Quién intenta irrumpir en su cotidianidad? Una viandante, una nómada en su propia ciudad, cuyo único objetivo es encontrar el mundo en las calles, en los sonidos.

HUELLAS

En 2011 una noticia arqueológica tiene lugar: en la Sierra Tarahumara se encontraron cinco huellas de pies humanos, que pertenecieron a tres adultos y un infante, dichas pisadas tienen una antigüedad aproximada de 30, 000 años. Fascinante escena la que viene a mi cabeza sobre aquellos caminares. Mas la otredad con quien mi encuentro en este trayecto ha dejado la basura como huella imborrable. En 25mil años, ¿descubrir una bolsa de papas será tan extraordinario?

Piedras sobrepuestas, cual hitos, marcan que, en algún momento, los seres humanos actuales han estado ahí, junto a las trabes, las zapatas, quizá charlando. Cruces y flores indican que alguien perdió la vida en ese lugar. Botellas de tequila, whisky, ron señalan que ese espacio es un bar sin horario. Restos quemados apuntan a que el frío puede ser muy duro para quienes viven en el olvido.

HETEROTOPÍAS

Todo sucede bajo el monstruo-concreto, todo menos un tren inter-urbano viajando a la Ciudad de México a toda velocidad.

Poco a poco las ballenas, las trabes, las varillas construyen una naturaleza urbana mientras la vida continua con el zigzag tempoespacial: Los cinco partidos simultáneos de futbol llanero forman parte de los torneos dominicales. Nadie utiliza los juegos metálicos instalados bajo las torres de alta tensión, el tan sólo tocarlos genera toques eléctricos. La gente cruza bajo la sombra de la estructura para llegar al otro lado de Las Torres, Los autos encuentran un estacionamiento tranquilo y gratis en ese gran espacio amnésico. Los mecánicos adquieren un taller donde trabajar sin pagar renta. Un bar sin vigilancia y sin horario se extiende bajo el futuro recorrido del Tren Interurbano, que sobre todo, se ha convertido en el basurero de Toluca y Metepec. Entretanto, cuentas de Instagram bajo el #treninterurbano muestran fotos de una obra en plena actividad, hombres trabajando con una sonrisa en el rostro. La SCT ostenta que esta obra genera miles de empleos, lastimeramente. La heterotopía es evidente.

Las heterotopías, explica Foucault, son esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio donde vivimos, son, en pocas palabras, utopías localizadas. Desorden que hace brillar los fragmentos de un gran número de órdenes posibles. Así, para un niño, la cama es un océano, un bosque. Por lo tanto, una heterotopía es la acumulación de temporalidades.

El llamado Tren Inter-urbano, monstruo de concreto que sirve de basurero putrefacto, depósito de escombro, bar libre, sembradío, canchas de futbol llanero, baño de los vendedores ambulantes y vivienda para algunos cuantos, es la cama donde el niño juega al bosque, donde el gobierno juega a la modernidad.

Fotografías: Carla Valdespino

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