16 enero, 2025

El gallo de oro a ras de tierra

El gallo de oro a ras de tierra

Miguel Alvarado


Toluca, México; 3 de marzo de 2019.¿Qué es esto? ¿Qué es esto, pasando tan rápido allá afuera, que hace estirar la ciudad hasta el punto en que lo oscuro somatiza? Por Tepepan a cierta hora el laberinto nos somete al descenso, profundamente: en las esquinas a esa hora algunos toman cerveza y observan, mirando desde el desconcierto el extravío en el que se hallan y del cual se adivina el reflejo del odio debido al deseo de algo que no se puede pronunciar porque no se sabe cómo pero que tiene que ver con la carencia, la propiedad del otro. Este descenso sin embargo confirma la pertenencia al abismo, el extravío del mundo y sus espejos.
A las 9:27 del 3 de marzo tiembla en Toluca porque en Huetamoa seis horas de distancia, se resquebraja su epicentro. En la Ciudad de México nada, ni siquiera suenan las alarmas; pero cuando lo hacen suenan como el grito en los palenques. “¡Cierren las puertas, señores!”, dice o más bien sugiere la novela El gallo de oro de Juan Rulfo: en realidad un guión cinematográfico que el autor escribió entre 1956 y 1958 para una película que dirigió Roberto Gavaldón y en cuyo argumento también se involucraron Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, en 1964. La edición conmemorativa del centenario de Rulfo fue cuidada por un mexiquense, Christian Bueno, y publicada por RM y Fundación Rulfo. La pulcritud de Bueno destaca porque la versión es impecable. Todo esto, a propósito del descenso, porque El gallo de oro es lo mismo, sólo que esa bajada sucede horizontal y a ras de tierra, entre pueblos y ciudades donde haya peleas de gallos y ferias de venerable respeto.
Hay una tierra de tahúres también el Estado de México donde llegan a jugar tramposos contra fulleros y con todo y eso alguien gana sin disparar una sola bala. La sangre viene después, cuando alguien trata de recuperar lo robado. Es la Tierra Caliente, Tejupilco, Luvianos y Zacazonapan entre otros pueblos que nunca cambiaron la costumbre de jugar aunque sí las razones de los asesinatos. Esto nunca pasó en los páramos de Rulfo porque el gallero Dionisio Pinzón prefirió pegarse un tiro antes que dejar de pagar las apuestas perdidas. En realidad se mató porque su esposa, La Caponera, murió junto a él, sentada en su silla de penumbras: alcoholizada y atormentada. Se llevó con ella la suerte del juego para nunca más devolverla.
Lo que pasa es que la Ciudad de México es tan grande que no se sabe bien a bien para qué ha llegado uno, si para caer para arriba o de plano abisarse como sucede cuando se cruza el laberinto de Tepepan.
El gallo de oro, entonces, es el abismo de la jugada, la feria, pero sobre todo del hombre que la escribe, profundo observador de sí mismo y la penumbra. El gallo de oro es el resultado de la adaptación de un argumento imposible, llevado a la narrativa más precisa. Libro de pastas rojas, hipnotizan éstas confundidas sobre el mantel de la mesa de noche. “Es noche velada, profunda, callada” escribía Hugo en su gigantesco poema Lis duendes, hace más de 100 años, para que sus hijos pudieran dormir. No se sabe por qué razón Rulfo escribía para que nadie pudiera hacerlo.

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