Stella Cuéllar
Ciudad de México; 20 de diciembre de 2018.
Después de mucho pensar, ya sé qué es lo que no me gustó de Roma, la multicitada película de Alfonso Cuarón. La razón es muy simple, pero también compleja: el filme aborda el asunto del servicio doméstico desde la mirada del patrón y no desde la perspectiva de Cleo y su amiga y compañera de servicio. Creo que Cleo es una protagonista que no lo es; es decir, poco o nada nos deja saber el filme sobre ella. Es como el perro que salta y caga, o el cenicero lleno de colillas, o el avión que pasa y embellece la toma, pero no más y no menos.
Me parece que Cuarón ve a Cleo como mi generación, clasemediera acomodada, veía a estas nanas trabajadoras. Como muchos vimos, cuando éramos pequeños, a “las muchachas”. Eran “como” parte de la familia, pero en realidad no. En el caso de mi familia, hubo una en particular a la quisimos mucho, Nina se llamaba, y llevó a trabajar a la casa a su prima Marce, fueron nuestras compañeras, sobre toso Nina, y vivió mucho tiempo con nosotros, pero yo ni siquiera recuerdo su apellido, y cuando se fue sólo una de mis hermanas, de seis que somos, siguió en contacto con ella. Para los demás, pasó a ser parte de los buenos recuerdos de una época que, como ella, pasó.
Estoy segura que a las chicas que trabajaron en casa se les apreció, y casi puedo decir que se les cuido, pero si por alguna razón llegaban a irse, más que lamentar su ausencia se lamentaba la falta de alguien que hiciera lo que ellas hacían, y se escuchaban frases como “¡Ahora sí le van a tener que entrar todos!” o “Ya no pueden dejar ese desmadre porque no hay quien lo recoja” … en tanto llegaba otra, o Nina y Marce regresaban de haber ido a su pueblo. Por cierto que ambas primas eran también, como la Cleo de Cuarón, de Tlaxiaco, Oaxaca. Y de inmediato se buscaba otra… el reemplazo, a la que también “se le quería”.
Cierto es que Nina y muy cercana, cálida, tanto que mi hermano pequeño incluso llegó a entender el mixteco, y todos sabíamos decir cashu vani (si es que así se escribe), que quería decir “hola, ¿cómo estás?”, o algo así, y ella nos contestaba, entre risas: tamaani, que era “muy bien”. Andrés, el más chico de nosotros. Él nos presumía que sabía contar hasta el 20 en mixteco.
En fin.
Lo cierto es que en la película volví a sentir lo que sentía de niña en casa de mis padres: vergüenza. Vergüenza porque cuando vi el cuarto de Cleo recordé cómo era el cuarto de “las muchachas”, recordé que se amueblaba con las camas que íbamos dejando nosotros, “que aún estaban buenas”, y su clóset no tenía puertas. Para mí, era un cuarto feo, de buen tamaño, pero feo y amueblado con sobras y olía mal, a encierro. Así las cosas, Nina y Marce eran “parte de la familia”, pero no tanto como para comer en la misma mesa que nosotros, ¡no, hasta ese punto no!, sino que comían después, en la cocina, sin restricciones, pero después.
El chofer se llamaba Juan y apenas recuerdo su nombre, quizá porque duró poco trabajando ahí, o porque su presencia no tuvo mayor peso en nuestras vidas. Pero recuerdo que inexplicablemente lo molestábamos mucho porque “nos caía mal”.
Siempre creí que quisimos mucho a Nina, pero a la distancia creo que fue una falsa querencia, porque cuando se quiere a alguien no se refiere uno a ellas como “la muchacha”, fuera “de arriba” o fuera “de abajo”, porque una se encargaba de la planta de arriba de la casa y la otra del de abajo.
Cuando se quiere a alguien no se le da un trato de segunda clase.
En mi opinión, la película no denuncia eso, que no era exclusivo de la casa de mis padres. La mayoría de quienes gozamos el privilegio de crecer cuidados y acompañados por esas nanas, esas “chicas del pueblo”, vivimos la experiencia en circunstancias similares.
Así era en casa de mis abuelos y de mis tíos y tías. También en las casa de mis vecinos y compañeros de escuela, por cierto no particular, sino de gobierno, pero en una colonia de case media, como fue y aún es la Campestre Churubusco, al sur de la Ciudad de México, pero aquellos eras sus tiempos dorados.
El filme de Cuarón no es un filme de denuncia pero al serlo lo es. No muestra que en la mayoría de las casas, que no en la de mis padres ni en la del filme, las despedían en cuanto “salían embarazadas”, pero veladamente da cuenta de ello cuando Cleo le pregunta a “la señora” si no la va a despedir por estar “de encarfo”. Muestra veladamente, como también sucedía en muchas casas los abusos y malos tratos que recibían estas chicas en la mayoría de los hogares, incluso por parte de los propios escuincles. Como la falta de horarios o que si todos veïan la tv ellas eran las que bajaban por la merienda, sin tomar en cuenta que ellas también estaban descansando o estuvieran “picadas” con el programa. Y acataban las órdenes sin chistar. Los niños de mi generación, clasemedieros, repetíamos las actitudes de nuestros padres y de los adultos con ellas: les gritábamos cuando estábamos de malas y nos acogíamos a ellas siempre, ante la ausencia de los padres. Eran niñas a cargo de niños. Estábamos a su cargo y las madres, con mucha frecuencia, se desafanaban de nosotros, y eso es otra forma de abuso. Porque no hay sueldo que cubra tal nivel de responsabilidad, y aunque no sé cuánto les pagaban a Nina y a Marce, sí sé que no se hicieron ricas con esos sueldos. Se les pagaba lo que se les pagaba a todas, lo justo, decían, e incluso un poco más.
Y cuando digo que Cuarón no denuncia me refiero a que muestra a Cleo y a su amiga en escenas bellas, muy bellas, que en realidad son horribles. Verla cantando mientras hacía el quehacer, o, como Nina decía, el “quiahecer”, me recordó que ella también cantaba mucho. Pero al ser tan bellas estas imágenes, se embellece la condición de semiesclavitud disfrazada de servicio y gratitud.
Entonces, no, no me gustó Roma, porque muestra bello lo que no lo fue y aún no lo es; porque hace un homenaje a una condición horrible.
Y por supuesto que saltarán muchos a decirme que “en mi casa las cosas no fueron así”, y me alegro que así sea, pero les guste o no, en la mayoría de las casas la cosa era igual que en la mía. Ni siquiera las proporciones del “cuarto de las muchachas” eran iguales a las del resto de las recámaras del inmueble. Aunque debo decir que en casa de mis padres, cuando se hizo una remodelación, el cuarto de Nina quedó enorme, pero siguió siendo feo, o al menos así lo vi siempre yo. Y el cuarto de Rosa, en casa de mi abuela, no era feo, sino horrible, y chiquitito… Y era muy notorio, porque el resto de la casa era hermoso.
Yo, por fortuna (para mí), rompí el esquema que funcionó por generaciones en mi familia y en muchas más que conocí, en las que “las muchachas” recibieron “el mejor trato”, “pero no les puedes dar más porque abusan”, porque “son muy ladinas”, escuché decir en varios lados. En casa de mis padres no… pero no por no decirlo el trato era bueno… yo creo que no.
En mi casa, Gertrudis Hernández Carpio, Leslie Ventura y Verónica Márquez no han sido ni son “las muchachas”. Me honro de que colaboren y trabajen en mi casa, cuidando lo que más amo: a mi hija, a Migue, a mí y mi hogar. José Manuel, el hijo de Vero, es mi primer nieto, y me dice, a mucha honra, “abuela”. Siempre comen con nosotros, en mi mesa, como en mi mesa comen mis compañeros del trabajo cuando nos visitan en casa, o como lo hacen mis amigos. Veris, quien vivió con nosotras muchos años, tuvo una recámara idéntica a la de Irene, mi hija. Con la colcha hermosa y todo exactamente igual al de Irene. Cuando Vero se embarazó de un novio que la abandonó en cuanto lo supo, yo la cuidé como a una hija, y el bebé usó el moisés que usó Irene y antes de ella la hija de mi prima Ana. Todas las chicas que han trabajado o trabajan conmigo han cubierto y cubren un horario laboral que jamás ha excedido una jornada de 8 horas, y en ese tiempo se incluyen sus horas de alimento. Cubro sus gastos médicos, les pago y doy sus vacaciones y aguinaldo en apego a lo que marca la ley. Vero tuvo IMSS, pero su madrina le exigió que “me ordenara que la diera de baja”, porque si no, ella no la volvería a recibir en su casa, porque ella sería quien cuidaría al bebé. José Manuel tenía 8 meses de nacido cuando Veris decidió irse a vivir con su madrina, que era como su mamá. Yo le rogué que no hiciera eso, pero pudo más su amor y agradecimiento a la mujer que la crió.
Las chicas que han trabajado conmigo no son ladinas, no son igualadas, no son abusivas ni rateras; en cambio sí son muy trabajadoras y leales, así como vulnerables, y tienen sus días buenos y otros malos; a veces están de malas y contestan horrible, como yo lo hice muchas veces cuando tuve jefes. Son mujeres admirables, pero no son ni serán nunca “mis muchachas”.
Y eso es lo que no me gusta de Roma, o más precisamente lo que no me gusta de mi generación y los cómos de esas relaciones con estas mujeres. Creo que es un filme que está hecho con esa misma mirada complaciente del “buen patrón” que fueron nuestros padres o los padres de nuestros vecinos y amigos, y muchos de nosotros mismos, los “pequeños patroncitos, con frecuencia malcriados”. Pero, bueno, yo no sé nada de cine ni de derechos o denuncias… yo sólo sé lo que Roma me hizo sentir, lo que Roma me recordó. Gracias Cuarón.