Ningún hombre se convertirá en profeta
si no ha sido antes pastor
Mahoma
Carla Valdespino Vargas
Toluca, México; 24 de agosto de 2022.
Reflexionar sobre la ciudad es como realizar una cartografía de nuestra propia existencia incrustada en las calles, las casas, en la gente, en las historias que han conformado los edificios, las construcciones, las autopistas, los puentes.
Caminar la ciudad es un acto de descubrimiento. Es develar al Otro que también camina y que por un momento nuestras miradas se cruzan, las manos rozan… los mundos se perciben. Cada encuentro con el Otro es un enigma, una incógnita; dos placas tectónicas chocando con toda la fuerza de su existencia.
El Otro es un ser inextricable, un ser único e irrepetible y el encuentro con él es un acto maravilloso. Coincidir con el Otro implica escuchar la forma en la que moldea su estar aquí y ahora; la lectura que realiza del mundo a partir de sus circunstancias. Sus voces forman las palabras que dibujan su Ciudad.
Hablar de la ciudad es hablar de uno mismo inmerso en el caos, es hablar de un país que dibuja su historia en un semáforo, donde convergen los actores barridos por la modernización.
Viaje a la ciudad
Los viajes marcan la vida y el primer viaje que hice sola fue a la Ciudad de México. La terminal de Observatorio me recibió con un movimiento continuo de personas, ajenas unas de otras.
Llegar a la estación del metro resultó muy fácil, un puente peatonal me llevó a las entrañas de la ciudad, mas el puente no estaba solo, se encontraba habitado por vendedores ambulantes.
Desde ese momento, mis ires y venires a la CdMx fueron constantes, se convirtieron en parte de mi cotidiano.
Con el paso de los años, el propio puente fue cambiando, a tal grado que hoy sólo es parte del paisaje, su estructura ya no soportó el paso de la gente y ahora es apenas la sombra para los transeúntes, para los vendedores, cuyos puestos se han extendido hasta esconder el piso de adoquín.
El paso a la estación del metro resulta todo un periplo por sortear. Hay que cruzar por tendidos de tenis, ropa, botanas, periódicos, tortas, juguetes, carnitas; saltar los charcos que van dejando los bloques de hielo que enfrían bebidas.
El semáforo peatonal ya no se ve entre tantas lonas, pero sí es perceptible un gran sticker que augura un futuro mejor: “volverás a ser feliz”.
Cuando finalmente he logrado cruzar la calle, una estética hechiza me ofrece la bienvenida a la estación del metro.
La circulación de las personas es constante, ¿a dónde van? ¿de dónde vienen? ¿cuál es la historia de su andar? Migrantes, quizá, que fueron devorados por la ciudad, por esa Madre Terrible que prometió vida y dio muerte.
Me adentro en el subsuelo, en las rutas establecidas para los nómadas urbanos, colores y figuras son los menhires e hitos que marcan los caminos. Anuncios publicitarios, puestos, gente.
Los nuevos trashumantes, pastores sin ganado que viajan con el horario del metro hacia un trabajo fijo que garantice una vida estable y permita encontrar pareja cuyo equilibrio pende del dinero y el amor. No, no hay manera de reírnos como Kierkergaard, la realidad nos avasalla.
Este día me he dado el lujo de caminar por la CdMX, así que me adentro a lo que fue una gran ciudad, Tlatelolco, cuya historia alberga matanzas de personas inocentes que alzaron los brazos, la marca dada por dios para que nadie los acribillara, ¿acaso dios tomará venganza setenta y siete veces?
Cuando termino mi recorrido por Tlatelolco decido entrar al Centro Cultural para visitar la exposición Xaltilolli. Las puertas que dan a la ciudad mesoamericana están cerradas, debo rodear el edificio. En el trayecto me encuentro con cobijas, almohadas tiradas en el piso, indicios de que alguien regresará más tarde a pernoctar.
Me adentro al Centro Cultural, la exposición me recibe con el cosmos mesoamericano, me siento feliz.
Tengo el museo para mí sola. Lo recorro, lo degusto con toda la calma. Me tomo mi tiempo en cada pieza. En mi andar, me encuentro con Gary, quien trabaja en el museo, y quien ama su trabajo. Sí, caminar es el encuentro con el Otro, con el maravilloso mundo que es el otro.
Estoy a punto de terminar mi visita el museo, pero mis pies están rendidos, así que me siento en el piso a descansar. Un ventanal me ofrece el paisaje urbano y entonces lo veo: un hombre duerme sobre la banqueta, me pregunto cuánto ha caminado por la vida, cuánto ha recorrido. No, él no es nómada, es un errante que perdió el mapa, perdió la canción de su historia, el cosmos de su existencia se disolvió en el alcohol y se diluyó en el tíner.
Pienso en las palabras de Gerardo, caminar es un lujo.
Al salir del museo, mis pasos me llevan al corazón de la ciudad y en mi recorrido, me encuentro con más errantes, cuyas canciones disolvió el tíner, ¿migrantes que algún día viajaron a la gran ciudad en busca de una mejor vida? Todos somos transeúntes, nómadas urbanos.
Cuándo fue la primera que tuve conciencia de la ciudad, de este espacio que ahora me parece poco legible, cual estructura de hojaldre, cuyos espacios y tiempos están yuxtapuestos… canción australiana que se dibuja en la arena.
La ciudad es edificios a medio construir. Las casas abandonadas. La ciudad es el trayecto que realizamos del hogar al trabajo y viceversa. La ciudad es el lugar donde cada uno de nosotros explora el mundo.
Es posible encontrar las cicatrices de esta ciudad en los espacios amnésicos que se desmoronan; puertas que conducen a la nada, ventanas sin vidrio, espacios, a los que la ciudad no ha llegado, pero están dentro de ella. Son la representación arquitectónica del vacío. Espacios estáticos que ven pasar la dinámica de la ciudad, espacios vacíos de sentido, vacíos… y por tanto, basureros.
La ensoñación de un ser humano.
Las avenidas se convierten en los no-lugares, aunque no debería serlo ya que en cada centímetro se encuentra la historia, no empero, los transeúntes se deslizan por la calle; los autos circulan lentamente de semáforo en semáforo; la gente entra y sale de los negocios, algunos se detienen en el Andador Madero. Mas nadie encuentra dónde arraigarse. Yo, me resguardo en un café observar a la gente y pienso que el capitalismo ha hecho bien su trabajo, nos hemos desconectado del otro. Es imperioso retomar las enseñanzas de los tojolabales, el nosótrico, no debemos caminar ni más despacio, ni más aprisa para no dejar a nadie atrás. Es germinar una nueva idea, donde la noción del nosotros excluye el énfasis del individuo, sin borrar el espacio para desarrollar su potencial dentro de un nosotros, una comunidad, un colectivo, pero hemos optado por viajar solos.
Todas las ciudades que he recorrido son iguales: con sus transeúntes, sus nómadas con rutas definidas, sus errantes, sus visitantes, sus paseantes, con el palpitar de los pasos que han delineado sus calles… nuestra historia.