Ramsés Mercado; entrevistas e imagen. Miguel Alvarado: texto.

Toluca, México; 12 de marzo de 2023

La Banda del Rojo es una de las barras o porras con las que cuentan los Diablos Rojos del Toluca. Ellos viajan con el equipo por todo el país, inventan y componen cánticos, diseñan coreografías y cuelgan las lonas gigantescas que a la Bombonera visten de infierno y que hoy se les llama “tifos”. Esta es una de las porras mexicanas que ha entendido que los estadios y los partidos no son sinónimo de violencia, y que las rivalidades deben ser deportivas y nada más. En un ámbito violento como lo es México y su futbol, lo que parece sencillo de asimilar en realidad no lo es. El futbol profesional y su entorno, aunque lo jueguen ya mujeres, es profundamente machista e inciso las jugadoras se comportan como los hombres en el terreno de juego. Las barras o porras desempeñan un papel determinante en los estadios, aunque a veces se salen de control, como sucedió el 5 de marzo de 2022 en el estadio Corregidora de Querétaro, cuando las porras del Atlas y del equipo local se enfrentaron en una batalla campal brutal, que dejó hasta 26 hinchas heridos, tirados en las rampas del inmueble, en los pasillos y aun en la misma cancha, adonde miles de aficionados tuvieron que refugiarse en tanto un grupo de barras bravas atacaban.

Fernando Paballó es uno de los integrantes de la Banda del Rojo, que hoy cumple 19 años, dice que nunca se pensó que este grupo se convirtiera en uno de los más importantes. “Nosotros siempre vamos a estar, es el compromiso que tenemos como grupo de animación del club. Aquí las puertas están abiertas para todo el mundo porque no hay discriminación para nadie. Aquí puedes venir a desahogarte, a gritar, a alentar al equipo, que el objetivo principal”, dice Paballó, quien asegura que no sabe qué sería de él si el Deportivo Toluca no existiera.

“Es lo más grande que existe, el Rojo”, apunta el fan, que en los términos en los que se expresa ha ubicado la importancia que tiene el futbol en una sociedad depauperada y poco informada como lo es la mexicana. El futbol, sin embargo, representa algo desde las sensaciones. La frustración por perder o el vértigo de lo contrario. La legítima alegría de saberse ganador aunque sólo sea en el futbol o el inevitable reflejo que o espejo que son los futbolistas, ejemplos deportivos y sociales para cientos de miles. La alegría por cumplir 19 años se refleja en el rostro de Fernando, un joven de unos 35 años que se mueve en su elemento en el ambiente del estadio, de sus tambores y de quienes acuden a la Bombonera para ver a su equipo. Su exaltación es evidente y también su orgullo por pertenecer a la Banda del Rojo.

Para el director del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana, el doctor Roger Magazine, “las personas que integran las barras y porras del futbol en México no son la causa de los problemas de violencia en el país sino que sirven como “chivo expiatorio” frente al crimen organizado, la pobreza, el consumo de drogas en Estados Unidos, asuntos que muchos medios y gobiernos no quieren o no pueden enfrentar”. De acuerdo con él no debe olvidarse el contexto violento por el que atraviesan el país y sus regiones. Tiene razón. México está afectados además por una profunda pobreza y un encono político generado desde diversos ámbitos, incluso desde la tribuna pública de la Presidencia de México, desde los medios de comunicación y las organizaciones políticas y sociales.

“Quienes integran las barras han mostrado voluntad para llegar a acuerdos y crear protocolos de seguridad para evitar que la pasión se desborde dentro y fuera del estadio, pero son ignorados por las autoridades locales, estatales, la Federación Mexicana de Futbol y los clubes”, apunta Magazine, en referencia a la violencia sucedida en el juego que enfrentó al Querétaro y al Atlas, aquel 2022.

En otros países la presencia de barras o porras era un fenómeno temible que recorrió Europa entera y que se relaciona con los hinchas británico, que acompañaba a sus equipos en las copas continentales o las selecciones en los torneos y eliminatorias. A los ingleses se les bautizó como “hooligans”, y su violencia encontró su punto máximo cuando la Juventus de Turín disputó la final de la antigua Copa de Europa contra el todopoderoso Liverpool, el 29 de mayo de 1985 en el estadio de, en Bruselas, Bélgica. Una avalancha humana derivada de disturbios en las tribunas, en las que estaban 60 mil espectadores, aplastó a 39 personas y las mató. La violencia estaba tan aceptada en el futbol que el partido se disputó una vez que los cuerpos fueron recogidos y un precario orden establecido en las tribunas. Después, el Liverpool fue suspendido por cinco años y los hooligans eventualmente erradicados o controlados duramente en las canchas europeas.


Otro integrante de la Banda del Rojo es Abraham, a quien en la porra le dicen “Pachangas”, y ha estado 18 años en esa organización. La ha visto crecer desde adentro y ha sido testigo de una historia a la que no siempre se le voltea a ver.

“No, pues imagínate, toda mi infancia. En lugar de estar viendo caricaturas yo me la pasaba viajando con la Barra, con la vieja escuela, que nos dejó buenas semillas. Somos la última camada que queda de la vieja guardia”, dice el Pachangas, que se estremece al escuchar la música de los tambores y las trompetas. Luego reconoce que es un sentimiento que no tiene explicación. “Y pues a ver hasta dónde topa”, apunta. Y dice algo que puede describir lo que porristas o hinchas como él perciben: “A lo mejor para los futbolistas no representamos nada, pero nosotros siempre estamos ahí, respaldando al equipo, a los colores y la ciudad”.

Abraham ha mencionado el único elemento identitario de peso que el futbol debería generar en la afición. La ciudad. Toluca hasta como abstracción, un elemento urbano amorfo que significa el terruño. Pero el Toluca mantiene desde hace años una rotación de jugadores y cuerpo técnico que ha impedido que los nacidos en la capital se integren al primer equipo. No hay un solo nativo de Toluca jugando.

Otra experta, la doctora Natalia D’Angelo, coordinadora académica de la División de Investigación y Posgrado de la Iberoamericana, recuerda que “las barras bravas en Argentina que gozan de reconocimiento institucional y son las causantes del 60% de las violencias que se generan en los estadios y de las 341 muertes relacionadas al espectáculo del futbol”, lo cual sustenta en la tesis “Violencia en el fútbol argentino”: redes sociales y políticas estatales, la cual fue galardonada con el premio de la Academia Mexicana de las Ciencias a las mejores tesis de doctorado en Ciencias Sociales y Humanidades 2012.

“Sin embargo, de acuerdo con la literatura académica sobre el futbol, existe un 40% de acciones violentas que son toleradas y son el germen que hace explotar las demás violencias. Éstas son fomentadas por periodistas, jugadores, cuerpo técnico, directivos, encargados de la seguridad y otros fanáticos que no son parte de alguna barra. El futbol es un espacio de permisividad de la violencia porque está basado en unas normas y valores asociados a la dicotomía entre gloria y humillación […] Este deporte tiene un doble discurso, reflexionó la investigadora: por un lado está lo colorido y pasional del negocio y, por otro lado, se condena cuando ocurren episodios de violencia y se responde de forma punitiva. Sí, hay que actuar contra todas las violencias que existen en el espacio sociodeportivo, pero no sólo contra la violencia de las barras”, señala, y dice que la violencia en Argentina es muchísimo mayor que la que sucede en los estadios mexicanos.

Ahora los de la Banda del Rojo salieron rumbo al estadio por la calle de Morelos, cerrada para ellos hasta que entren al inmueble. Ahora cantan: “¡en el mismo lugar /siempre en el corazón / te vamos a alentar / con locura y pasión!”. Las bengalas de humo y los niños en los hombros de los mayores atestiguan “eso que no se puede expresar” y que reúne a una inmensidad de mujeres, chavitos y hombres de todas las edades que cada quince días lleva tambores y maracas, que los obliga misteriosamente a comprarse las playeras del equipo, a interpretarse como rojos, no comunistas o de izquierda, sino rojos futboleros.

Quizá un día las observaciones de la sociología que dicen que los estadios matan las ganas de protestar y rebelarse y veamos el embrión de una verdadera revuelta social en las gradas de la Bombonera, que hoy se conforma con ver al Toluca ganar al Mazatlán cuatro goles a uno. Las masas quieren otra cosa.

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