20 abril, 2024

Desplazados: cartografías de la errancia

Desplazados: cartografías de la errancia

Carla Valdespino Vargas: texto. Karen Colín: diseño. Ramsés Mercado: imagen.

Toluca, México; 17 de diciembre de 2022.

Cuando escuchamos la palabra nómadas seguramente viene a nuestra cabeza la imagen de grupo de personas que camina de un lugar a otro buscando comida y que entonces, un día descubrieron la agricultura y se establecieron en un territorio convirtiéndose en sedentarios, sin embargo, no fue así, pero esa historia es para otras páginas.

Lo que sí es posible escribir aquí es que se ha catalogado a los nómadas como salvajes, “una forma aberrante de comportamiento, una enfermedad que hay que eliminar en beneficio de la civilización”, como lo cuenta Chatwin en su libro Los trazos de la canción. Mas su manera de estar en el mundo es completamente diferente a la que consideramos como adecuada. Tanto Bruce Chatwin, como Francesco Careri explican que el ser nómada implica una manera única de apropiarse del espacio, del territorio. No caminan sin rumbo fijo buscando qué comer, sus rutas están plenamente trazadas desde tiempos inmemoriales. Conocen la naturaleza, sus cambios, sus ciclos y danzan a su ritmo. No son errantes, marcan sus caminos con hitos o menhires, las primeras piedras que surgieron del caos. El menhir es el primer objeto en el paisaje, a partir del cual se desarrolla la arquitectura. Es el Inicio y la Meta. Una forma de dejar huella, de constatar que un ser humano ha estado en ese lugar.

El nomadismo no solamente está ligado con la recolección y la caza, sino también con el pastoreo, es decir, con la trashumancia. La primera historia de un pastor es quizá la de Abel, cuya ofrenda de cordero complació a Yahvé. Caín, celoso por no tener la mirada de Yahvé, asesina a su hermano. Lo que en realidad nos cuenta esta parte de la Biblia es la disputa entre nómadas y sedentarios, pues el ganado invadía las tierras labradas, historia que nos ayuda a confirmar la coexistencia de estos grupos humanos. Resulta imperioso recordar el castigo que Yahvé impone a Caín: la eterna errancia (Génesis, Capítulo 4, versículos 12-15). Careri explica que la marca dada por Yahvé a Caín fue la de los brazos hacia arriba como señal de paz, indicando que no se portan armas. Así, todos sabrían quién era y nadie lo mataría. Y en las guerras, cuántos caínes han tenido que levantar los brazos, rendirse para salvar su vida. cuántos lo han logrado. Masacres como la de Acteal, Srebrenica, Aguas Blancas, el exterminio de los tutsi en Ruanda han demostrado que el símbolo de la eterna errancia no se ha respetado y miles de personas inocentes han sido asesinadas. ¿Acaso dios cumplirá su promesa de vengarse setenta y siete veces?

Es el nómada del siglo XXI quien anda por el mundo, el pobre chacal que por los caminos arrastra a su familia entera, la raza de Caín que cruza México a pie, por tren, que sufre secuestros, violaciones y muerte todo por alcanzar un sueño americano inexistente. Su caminar no es sinónimo de libertad o de reencuentro, es tan sólo la búsqueda de lo efímero. Nómadas que han sido despojados de la canción, de su mapa, de su universo entero.

Entre los nómadas australianos, cuenta Chatwin, la música es el banco de la memoria para encontrar el propio camino por el mundo. Las canciones van creando el espacio y, por tanto, el universo se va formando cada que se entona una canción, pues se enumeran los pozos, los árboles, las cuevas, todas aquellas referencias topográficas que son parte de la totalidad del trayecto, son, en pocas palabras, los mapas que delimitan los territorios que posee cada grupo nómada. A esas canciones se les llama ensueños, esto es, los recorridos establecidos. Las canciones pueden ser compartidas, lo que significa que grupos humanos comparten territorio, rutas, lo que equivale a una yuxtaposición de sistemas de pensamiento. Es una cartografía muy otra que no reconoce las fronteras geopolíticas delimitadas por Occidente. Occidente que no reconoce las canciones como los mapas que delimitan los territorios aborígenes. En México, el ulular de La Bestia forma los acordes de esa canción cuyo nombre es pesadilla.

No, el ser nómada no es una enfermedad que deba ser curada, por el contrario, es trascendental regresar al nomadismo y practicar la trashumancia, pues, como lo determina Mahoma: “ningún hombre se convertirá en profeta si no ha sido antes pastor”.

Pareciera que los nómadas se han extinguido, pero no es así, el capitalismo aberrante ha intensificado su presencia, pero hoy tienen un rostro diferente: migrantes/refugiados/desplazados. Caravanas de centroamericanos se asientan en Tijuana, Baja California, la última esquina de Latinoamérica, la ciudad emblemática donde empieza La Patria, ciudad fronteriza más representativa del mundo, no sólo por tener la garita más transitada (más de 20 mil personas cruzan a diario por San Ysidro hacia Estados Unidos), sino por ser la ciudad que alberga la esperanza de cruzar al otro lado de forma ilegal, muchos lo logran, pero la suerte no le sonríe a todos y algunos se quedan varados esperando, hasta que se convierten en un habitante más de TJ, de sus calles, de sus colonias, de sus bordos, algunos se transforman en errantes urbanos.


Tijuana es quizá la primera meta planteada por los migrantes, mas el inicio se encuentra miles de kilómetros al sur, quizá desde el Tapón del Darién o en el país que los arrojó a la incertidumbre y caminar rumbo al norte es el único conjuro para la vida. 

Llegan a los albergues con los pies destrozados, la humedad se ha transformado en hongos. Pomadas, calcetines secos, zapatos “nuevos” exorcizan el dolor y alimentan la esperanza de continuar. Una sopa caliente impulsa a una nueva caminata, a correr detrás de La Bestia, el tren que los acercará un poco más al norte, el tren que les arrancará las piernas y entonces, el caminar se habrá truncado y el retorno, si lo hay, será un triste peregrinar.

Los migrantes huellan los senderos. Son deseo de mutación existencial, la expiación de una culpa. ¿Son culpables? ¿De qué son culpables? Su andar es la marcha que exculpa los crímenes violentos que no cometieron, deambulan como Caín, expiando el asesinato de Abel. No, no traen armas, con los brazos hacia arriba indican la paz, pero encuentran la muerte en masacres como la de San Fernando, Tamaulipas, ¿dios cumplirá su promesa de vengarse setenta y siete veces?

La vida precaria que tienen en las diferentes Casas de Migrantes que visitan a lo largo de su viaje resulta ser mejor que lidiar con la pobreza… con La Mara. La esperanza es lo único viva, no importa si se duerme en un taller mecánico transformado en albergue. Y así, van de puerta en puerta hasta alcanzar Tijuana/Ciudad Juárez/Cualquier punto norte, ¿el paso hacia la libertad?

Cruzar las fronteras internacionales no es la única forma de migrar para conjurar la pobreza. Son los indígenas los actores principales de la migración interna, su caminar los lleva a los centros urbanos, se convierten en los habitantes de esquinas, vendedores ambulantes, malabaristas improvisados.

El trasfondo de la situación es realmente alarmante, pues al estar en las aceras, en las calles lo único que están evidenciando es un sistema económico que los ha echado de sus lugares, pero en muchas ocasiones preferimos no mirar los problemas de fondo; quizá aplaudimos el desalojo del que a veces son víctimas, mientras los exotizamos en los museos, en las ferias culturales, en los eventos de apoyo, pero a la mujer que vende tés en la calle nadie la mira. Abandonaron sus tierras y tomaron las calles como su hogar y su espacio de trabajo.

En la modernidad no existen perspectivas de re-arraigo, al final del camino habitamos un mundo estructurado por individuos ya crónicamente desarraigados cuyo retorno es prácticamente imposible: las mujeres chiapanecas seguirán con sus malabares mientras cargan a sus pequeños; los centroamericanos seguirán de un refugio en otro con su familia a cuestas; quitarán a los vendedores ambulantes del centro de las ciudades porque las afean o porque hay muchas fritangas. ¿Acaso nos hemos preguntado a dónde van?

Los errantes de esta cartografía son quizá los desplazados/refugiados, quienes dejan sus pueblos para buscar seguridad en algún otro lugar al que no saben llegar. La guerra, las guerrillas y el narcotráfico los han forzado a dejar sus hogares, a reconfigurarse dentro de su país a ser extraños en su tierra. Según datos de ACNUR, para finales de 2019 había 45,7 millones de personas se vieron desplazadas internamente debido a conflictos armados, violencia generalizada o violaciones de los derechos humanos.

En Kenia se encuentran los campos de refugiados más grandes del mundo, Dadaab, Kakuma, donde hay más de 8 millones de niños huérfanos. Resulta imperioso mencionar el campo de Cox, Bazar en Bangladesh que da refugio a los Rohindya, un pueblo sin Estado que ha sido expulsado de Myanmar. Para ellos, caminar por el desierto, en definitiva, no es un momento de reflexión. Su caminar debe hacernos comprender que la idea de un mundo conformado desde la visión occidental hegemónica no ha sido la mejor la apuesta.

Ya no hay retorno para los nómadas del siglo XXI.

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