18 abril, 2024

Un pueblo mágico invadido por la violencia

Un pueblo mágico invadido por la violencia

Fernanda García: texto. Karen Colín: diseño.

Tonatico, México; 13 de enero de 2022

Era muy pequeña cuando tuve la fortuna de sujetar la mano de mi abuela paterna por las calles de Tonatico. A más de dos décadas sin regresar a este pueblo, que parece quedarse sin magia conforme pasa el tiempo, volví como copiloto al sur del Estado de México, una zona atrapada entre el olvido y el no me acuerdo de los gobiernos estatal y municipales.

Conforme dejábamos atrás Ixtapan de la Sal y sus casas lujosas que han generado un estado crítico al resto de la población en materia de agua, la sequía enrarecía el ambiente. Contemplando el dorado de la vegetación, recordé la larga cabellera castaña y clara de mi abuela. Era lacia y le llegaba a la cintura, me gustaba cepillarla antes de salir a comprar un mango con chile a la casa de enfrente. En Tonatico, al menos en el que recuerdo, la paz de la vida reconfortaba nuestras almas, y llegábamos como citadinas urgidas de calidez al menos dos veces al año.

Este pequeño pueblo me emocionaba mucho. Sus casas pintadas de blanco con rojo, típicos colores que indican que en estos lugares el tiempo se congela; su gente sonriente y hasta la leche que me mandaban a comprar en un pocillo y que nunca me bebía hacían revolotear mi alegría.

Las tardes las pasaba con mi abuela en una mecedora. Siempre quiso que aprendiera a cocinar como ella solía hacerlo, así que me platicaba las recetas de cocina que jamás pude aprenderme y mucho menos preparar. Ella era mi luz en un mundo que me quería comer desde las letras y yo era su refugio y compañía, la promesa de dejar atrás todo los que nos aquejaba en Toluca.


Pero regresando a Tonatico, una zona que no ha quedado libre del crimen organizado, la emoción aún está ahí. Cuando vi su iglesia destacando, porque los edificios de más de seis metros de altura pertenecen a las ciudades, saboreé el tiempo detenido. Y, sin embargo, cuánto ha cambiado.

Me gustaría recordar el nombre de los vecinos, la historia de la señora que se ponía en la puerta de su casa a vender mangos petacones; el rostro de quienes vendían cecina taxqueña… pero sólo veo la mano de mi abuela y sus uñas largas perfectamente pintadas, sujetando fuerte la mía en las contadas ocasiones que salíamos de la casa en donde siempre había panales de avispas por la soledad que enfrentaba cuando teníamos que volver a la realidad.

Tonatico está condenado a no progresar por su cercanía con el fraccionamiento Grand Reserva -donde Enrique Peña Nieto y otros más tienen su nada austera casa de descanso, por supuesto en Ixtapan de la Sal- y con el estado de Guerrero.

Condenada su gente a vivir en una burbuja de tiempo detenido, sin embargo una sensación de furia les ha marcado la mirada, que agachan para poder decir que ahí no pasa nada aunque sucede de todo: los secretos a voces trasgreden pero se ignoran, y así es mejor.

Pese a ello, Tonatico y su gente son cálidos como una tarde de invierno dorado que se disfruta en una mecedora de madera frente a la ventana con mosquitero de una casa pintada de blanco con rojo y tejas, que anuncian una tranquilidad pasajera.

Hoy cierro esta entrada a mi Caleidoscopio mientras me adentro en Guerrero acompañada por quien me inspira a seguir escribiendo e intento huir de la oleada de covid que ha dejado ya una escuela cerrada en este pueblo mágico que hoy sólo me evoca nostalgia, y en donde parece que nada pasa pero no es así. Aquí, por ejemplo, también se les debe el pago a los trabajadores del ayuntamiento. Guiño a la Fernanda de 12 años. Y de paso a todas mis estrellas.

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