19 abril, 2024

Grafógrafxs en VcV

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Grafógrafxs presenta una serie de entrevistas breves a escritorxs contemporánexs sobre su oficio, manías, anécdotas, visiones acerca del arte, pero, en especial, respecto a ciertos detalles que ayudarán a trazar un perfil de este lado, en la orilla de lo cotidiano, en la que aparentemente nada pasa.

En esta ocasión presentamos la entrevista que el escritor Efrén Ordóñez concedió a Daniela Albarrán, integrante del taller de narrativa de grafógrafxs, acerca de Humo, novela publicada en 2017 por la editorial Nitro/Press.

Leer Humo, de Efrén Ordoñez, nos hace recordar a esas novelas difíciles, duras, complicadas, y no porque leerla sea complicado, sino por los temas que trata, por las descripciones exactas, pero siempre mostrando una realidad, la interpretación de su autor. Cuando comienzas a leer Humo no puedes evitar, sobre todo, imaginar la paleta de colores que la envuelve, y es que todo es gris, sucio, ocre, aceitoso, colores que nos llevan de la mano a un mundo sórdido, pero también desesperanzador. Humo es una gran muestra de lo que se está escribiendo en México, un país golpeado constantemente por la delincuencia, por la violencia, y encharcado de sangre. Efrén Ordoñez nos hace ver que al final somos cuerpos calcinados convertidos en humo.

grafógrafxs: ¿De dónde surge la idea de un recolector de cadáveres? ¿De la violencia en el país?, ¿del mundo?, ¿particularmente de Monterrey? o ¿la ficción hizo su magia?

Efrén Ordóñez: Surgió primero de un sueño, de la imagen de un camión de basura con los faros encendidos en el Río Santa Catarina, en un momento ambiguo del día, oscuro, gris, porque estaba cayendo ceniza en todos lados (incluso en la defensa del mismo camión). El haz de luz cubre a un cuerpo y un hombre con uniforme se acerca para levantarlo y meterlo a la caja.

Ahora, por supuesto que en el momento del sueño, en 2010, vivíamos esa etapa tan violenta en el país, así que sin duda eso detonó la imagen. Asumo que fue algo general, una sensación de peligro en todo México, pero también en la ciudad en particular porque todavía amanecíamos con imágenes de cuerpos en las calles y en las noticias o incluso los amigos contaban cómo aparecían cadáveres enteros o por partes en algunos lugares.

De eso derivó la idea del pragmatismo de un recolector de cadáveres, que tampoco es nueva, pues durante las plagas y en el siglo XIV ese era un trabajo que alguien tenía que realizar.

grafógrafxs: Cuando empecé a leer Humo no pude dejar de pensar en la apropiación de la ciudad. ¿Crees que elevaste a Monterrey al mito, como lo han hecho tantos otros escritores con sus ciudades de origen?

Efrén Ordóñez: Espero no haberlo hecho. El personaje principal es la ciudad misma, pero escribí la novela sin idealizarla, sin celebrarla, sino más como ajuste de cuentas. Todos tenemos un conflicto con nuestro lugar de origen y dicen que a veces es necesario quitarse esa primera novela de encima porque es la que llevamos marinando en la mente desde la primera vez que encontramos ese conflicto o la primera vez que nos sentimos a disgusto ahí donde vivimos.

grafógrafxs: Vivimos tiempos convulsos y me gusta pensar que la ficción es una vía de escape. ¿Por qué narrar algo terrible si ya tenemos suficiente con la realidad?

Efrén Ordóñez: Porque la literatura nos ayuda a darnos cuenta de verdad del horror en el que vivimos. En el momento en que escapamos dejamos de resolver problemas o de enfrentarlos. Nunca he compartido la idea de la literatura como el viaje a “otros mundos”, porque es entonces una evasión de lo que vivimos, una evasión de la realidad. La literatura no maquilla ni esconde el horror, sino que lo muestra desde muchísimas perspectivas.

Ahora, tampoco digo que toda literatura deba ser trágica o acercarse a temas macabros y atmósferas lóbregas, pero sin duda debe mover a la reflexión, al pensamiento. Otra cosa es hablar de historias escritas para pasar el rato. Pero, en todo caso, eso no es lo que a mí me interesa.

De hecho, el tema central de la novela es la indiferencia, la evasión. El pretender que no pasa nada. Ahora mismo en Estados Unidos (en donde vivo) está llevándose una revolución respecto al tema del racismo sistémico en el que han vivido tantos años (una más, porque han pasado por varias). Muchos lo están enfrentando, la gente que vive con ciertos o muchos privilegios está hablando de ello y dándose cuenta de cosas antes incómodas que no habían querido ver. Han resurgido libros que hablan del tema y que son crudos, terribles. Pero esa es la vía del cambio.

¿Cuánta gente en México acepta y enfrenta el hecho de que somos un país racista?

grafógrafxs: Deshumanizar el cadáver, ser una cifra, dejar de ser persona. ¿Crees que ya sea por el narco, la COVID-19 o por la violencia misma nos veremos en la necesidad de solicitar el servicio de recolector de cadáveres de la misma forma en que uno llama al camión de la basura?

Efrén Ordóñez: Espero que nunca suceda.

grafógrafxs: ¿Cómo fue el proceso de escritura de Humo? ¿En cuánto tiempo lo terminaste? ¿Lo escribiste a mano o en una computadora?

Efrén Ordóñez: Fue un proceso lento y por periodos. Las primeras páginas, la primera escena, que fue la del sueño, surgió más o menos en 2011. Luego la propuse, como idea, para una beca del Centro de Escritores de Nuevo León en 2013 y la seleccionaron, así que me tomó diez meses terminar un primer borrador. Luego le dediqué otros ocho a pulirla y enviarla a un concurso, que ganó, y se publicó en su primera versión, con el título de Ruinas. Un par de años después, Mauricio Bares, de NitroPress, me ofreció publicarla y me sugirió el cambio (a Humo), que me pareció acertado.

Siempre he tratado de escribir a mano, pero nunca he podido. Todo lo escribo en computadora y lo cierto es que disfruto del sonido de las teclas.

grafógrafxs: Nos podrías explicar a los que intentamos escribir narrativa cómo se construye una novela en términos narratológicos. ¿Tenías un mapa, una estructura?

Efrén Ordóñez: Lo ideal es que la novela se construya de cualquier forma posible. La novela es mucho más libre que otros vehículos narrativos, como el cine, por ejemplo, en donde es mucho más común respetar estructuras narrativas (aunque luego se rompan) y códigos: tres o cinco actos, con puntos de quiebre, midpoint, su anagnórisis, clímax y desenlace. Creo que cada escritora debería armar su propia “teoría de la novela” a partir de la lectura de otros libros y de su vida misma, es decir, de su lenguaje, del ritmo y su contexto, de su percepción de la vida. El problema es que cuando quien escribe se obsesiona con estructuras, con fórmulas, pasos, guías, un Cómo escribir una… terminan por escribir libros demasiado predecibles, aburridos y sin ideas o bien, el mismo libro siempre.

Yo conocí a un escritor hasta los treinta años, así que durante diez me la pasé leyendo a otros, aprendí, vi demasiado cine y más o menos iba entendiendo qué quería lograr. La novela esta cojea de todos lados, es una primera novela en toda regla, es decir, porosa incluso, pero si me hubiera rodeado de otras personas, quizá habría escrito otra cosa.

Ahora, claro que sí, tenía un mapa, por supuesto, pero era un plan de trabajo y un dibujo de la novela. Algo así como un mural que había pintado. En mi caso, Humo pretendía ser un tríptico, como El jardín de las delicias, de El Bosco, pero con el espíritu de los trípticos de Bacon. De hecho, la novela tiene cinco partes: la primera y la quinta envuelven al tríptico original. Una parte, la de en medio, lenta, pantanosa, pesada incluso. Mi intención era exponer ciertas ideas, evocar algunas sensaciones, enseñar rasgos de una ciudad y presentarla en ese mural según mi propia percepción. Pensé muy poco en los giros narrativos.

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